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Cuando Pushkin cae, algo nuestro se derrumba

domingo 09 de julio de 2023, 13:14h

Es probable que el común español crea que la virulenta rusofobia de la que desde hace algún tiempo hacen gala los ucranianos, deriva de la ominosa invasión de su país por las tropas del país vecino en febrero de 2022, pero el proceso de la ahora llamada “cultura de la cancelación” ya se había iniciado diez años antes con la demolición de estatuas de próceres y el cambio de nombres de enclaves y calles por todo el Estado; una iniciativa que, en 2015, animó a las autoridades de Zhitómir, capital del Óblast y Raión del mismo nombre que en su frontera septentrional limita con Bielorrusia, a echar por tierra una hermosa estatua del colosal poeta, dramaturgo y novelista Alexander Pushkin.

Retrato de Pushkin De entre todos los desmanes rusofóbicos ucranios, como el veto en las escuelas y librerías a las obras de grandes autores rusos de todos los tiempos, los ataques a Pushkin quizá deberán sobresaltarnos de manera especial, y al menos lo hace en el almario de quien esto escribe, porque fue él, precisamente, quien divulgó entre el mundo eslavo y el mundo mundial buena parte de las esencias de la cultura española, entre las que cabe destacar el mito de Don Juan o la épica de Don Quijote.

Pushkin, además de fundador de la literatura rusa moderna, autor de una de las mejores novelas de la historia universal, Eugenio Oneguin, inspirador de la obra de escritores como Fiódor Dostoyevski, Nicolái Gógol, Fiódor Tiútchev o Leon Tolstoi, así como de grandes compositores como Piotr Ilich Chaikovski y Modest Músorgski, sació su sed creativa bebiendo en las fuentes de los clásicos españoles.

Portada de la partitura del Convidado de Piedra Cautivado por la figura del hidalgo manchego, creó el personaje de El pobre caballero, protagonista de uno de sus poemas más notables y conocidos, y dio vida a Piotr Andréich Griniov, a quien él mismo llamaba “Don Quijote de Bélgorod”, para su novela histórica La hija del capitán. Por lo que se refiere a Don Juan, partió de la pieza teatral de Tirso de Molina El burlador de Sevilla, para construir su drama El convidado de piedra, que con el tiempo musicalizaría Aleksandr Dargomyzhski para convertirlo en una soberbia ópera en tres actos con el mismo nombre. Además, Pushkin tradujo al francés un fragmento de La gitanilla, una de las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes, basándose en el texto de la edición original española de 1816 que atesoraba en su biblioteca.

Podría llamar la atención que alguien que jamás visitó España tuviera de su cultura un conocimiento tan profundo y una pasión tan desbocada, pero tal se explica atendiendo a cinco testimoniales. En primer lugar, ya se ha dicho, su pasión por la literatura española del Siglo de Oro, que leyó con avidez y profundidad. En segundo, su amistad con el coleccionista de arte el príncipe Nikolái Yusúpov, que viajó a España en 1776 y que le contaba sus aventuras y las narraciones que había escuchado, algunas de las cuales provenían del relato de Pedro Franco Dávila, oriundo del Virreinato del Perú, gran naturalista y fundador del Gabinete de Historial Natural de España, hoy Museo Nacional de Ciencias Naturales. La tercera fuente correspondería a la afanosa lectura de su contemporáneo el escritor neoyorkino romántico Washington Irvin, cuyos famosos Cuentos de la Alhambra, le proporcionaron tema para escribir El cuento del gallito de oro en 1834, en el que el autor mezcla elementos del folklore ruso con la leyenda de un astrólogo árabe nazarí. El cuarto surtidor imaginativo provendría de su estrecho contacto con Serguéi Sobolevski, escritor, poeta, bibliófilo, hispanista, uno de los más destacados hispanófilos de su tiempo y viajero por tierras españolas, donde trabó amistad con personajes como el escritor costumbrista, poeta, crítico taurino, historiador, arabista y flamencólogo Serafín Estébanez Calderón, el escritor y antólogo del Romancero Agustín Durán, y el gran bibliógrafo Bartolomé José Gallardo. Por último, otra de sus grandes fuentes inspiradoras fueron los acontecimientos de 1812, en el contexto de la Guerra de la Independencia española, de los que dieron cuenta en extenso las crónicas de los varios periodistas que cubrían sobre el terreno la peripecia bélica para los periódicos rusos de la época y de los que, para el caso de Madrid, dejó testimonio gráfico imperecedero Francisco de Goya en su serie de aguafuertes titulada El año del hambre, en el contexto de la colección Los desastres de la guerra.

Para consolarme de la amargura y aflicción de las tropelías y desafueros que contra Pushkin se cometen en Ucrania, suelo irme a pasear por el hermosísimo parque madrileño de La Quinta de la Fuente del Berro, que se alza sobre los terrenos de la que fue la Quinta de Miraflores, encargada por Felipe IV como nuevo real sitio y adquirida por el Ayuntamiento de Madrid en 1948, por deseo expreso de su alcalde de entonces José María de la Blanca Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde.

Estatua de Pushkin en la Quinta Fuente del BerroAllí, en una isleta verde en la zona inferior del parque, hay una estatua de Alexander, pizpireta obra en bronce del escultor Oleg Konstantinovich Komov, que en el año 1981 fue donada por la ciudad de Moscú a la villa de Madrid. En justa correspondencia, el entonces alcalde de la Villa, el eternamente añorado Enrique Tierno Galván, obsequió a su homónimo ruso con una réplica de la estatua de Miguel de Cervantes, original de Antonio Solá, que, aunque muy criticada en su momento por José Zorrilla, José de Espronceda y Mariano de Cavia (que llegó a calificarla de pisapapeles), se alza en la Plaza de las Cortes, justo enfrente del Congreso de los Diputados, y que desde entonces, la réplica, claro, está instalada en el Parque de la Amistad de la capital rusa.

Puesto en situación, que a teatrero no hay quien me gane, me siento en un banco frente a la estatua de Komov y comienzo la lectura en voz alta, que no estentórea (que eso lo reservo para cuando me embaúlo raciones de gachas o cuencos de mazamorra, viandas que consumieron los aqueos que sitiaron Troya durante diez largos años y que forman parte de la coquinaria tradicional hispana en sus negociados manchego y cordobés) del poema universal Del céfiro nocturno que Pushkin escribió en 1824 y que Busto de Pushkin derribadoimbuyó la música de compositores de la talla de Mijaíl Glinka, Antón Rubinstein o Alexánder Glazunov, entre otros. Se trata de una balada que dice: “Del céfiro nocturno/ éter fluye./ Bulle,/ huye/ el Guadalquivir./ Salió la luna dorada,/ ¡silen…! ¡chis!… guitarra al son./ La española enamorada/ se ha asomado a su balcón./ Del céfiro nocturno/ éter fluye./ Bulle,/ huye/ el Guadalquivir./ ¡Quítate, ángel, la mantilla!/ ¡Cual claro día muéstrate!/ ¡Por la férrea barandilla/ enseña el divino pie!/ Del céfiro nocturno/ éter fluye./ Bulle,/ huye/ el Guadalquivir”. No le toquéis más que así es la rosa, que diría Juan Ramón Jiménez. Pura belleza y referencia identitaria que considero justifica sobradamente el título de este articulín, porque convengamos, tras todo lo anteriormente dicho, que cuando Pushkin cae, algo nuestro se derrumba.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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