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Miguel burla a la muerte

lunes 23 de octubre de 2023, 09:41h

Desde el pasado 6 de octubre, y hasta el 7 de enero de 2024, la Biblioteca Nacional de España, con la colaboración de la Fundación Legado Literario Miguel Hernández, dependiente de la Diputación de Jaén, mantendrá abierta al público una deliciosa exposición, que, con el título Miguel Hernández: el poeta que hacía juguetes. Ausencias y últimos cuentos para su hijo, recrea las postreras actividades creativas del poeta del pueblo, Miguel Hernández, encerrado en el Reformatorio de Adultos de Alicante, la que sería su última cárcel. Hasta allí había llegado a finales de junio de 1941 desde el penal de Ocaña tras pasar por casi una docena de establecimientos penitenciarios, a raíz de su detención, en mayo de 1939, en la localidad portuguesa de Moura.

La refinada joyita que ahora exhibe la Biblioteca, en la Antesala del salón de Lectura María Moliner, es un manuscrito compuesto por trece minúsculas hojas de papel higiénico escritas a lápiz, que, con la ayuda de su compañero de internamiento Eusebio de Oca Pérez, maestro nacional y buen dibujante, se acabó conformando en un cuadernillo de 12 por 19 centímetros, cosido con un hilo de color ocre por su parte superior.

Un objeto diminuto y grandioso que el comisario de la muestra, José Carlos Rovira, ha enmarcado en un tan dramático como hermosísimo contexto, en el que son protagonistas un camastro carcelario y un puñado de lecheras de zinc, que evocan aquella en la que la esposa del poeta, Josefina Manresa, le allegaba algún sustento y en cuya tapa Miguel fue escondiendo los cuatro cuentos que escribió para su hijo Manuel Miguel Hernández Manresa, el protagonista de la Nanas de la cebolla.

Se titulan El potro oscuro, El conejillo, Un hogar en el árbol y La gatita Mancha, y todos tienen el trasunto y la intención de hacer escapar a su amado retoño, y de paso hacer lo propio, de la ominosa situación de muerte en vida a la que le había condenado la barbarie franquista: “Llévame, caballo pequeño/ a la gran ciudad del sueño”.

Cuando Miguel consiguió el traslado al que sería su confinamiento terminal, lo hizo animado por la ilusión de poder estar más cerca de amigos y familiares, pero para estos la nueva situación supuso darse bruscamente de bruces con la cruda realidad.

En una visita al Reformatorio, su hermano Vicente encuentra a Miguel: “… amontonado con muchos otros presos en una celda prevista para una sola persona. Su pobre ropa estaba hecha jirones. Su aspecto revelaba un total abandono, se veía que no recibía ningún cuidado”. Vuelve a visitarle en marzo y se lo encuentra en la enfermería donde le informan de que: “… le han hecho una incisión en el pecho izquierdo para colocarle una cánula. Pero al contacto con la incisión de la cánula se había infectado y supuraba y lo taponaban con algodón y gasas. Ya no volvería a verle vivo”.

Entre enero y febrero de 1942, la enfermedad se agrava extraordinariamente y la autoridad accede a su traslado al Dispensario Antituberculoso Porta Coéli, para hacerle unas pruebas que resultan concluyentes y estremecedoras, pero en lugar de dejarle ingresado en el centro médico, le devuelven a la cárcel.

Lucía Izquierdo, esposa de Manuel Miguel, contaba que el otrora canónigo y tutor en lecturas de la adolescencia de Hernández, Luis Almarcha, se llegó hasta su celda para hacerle una proposición muy concreta: “Te sacamos de España automáticamente a ti, a tu mujer y a tu hijo, pero tienes que firmar que estabas equivocado, que apoyas al régimen”. Miguel, muy educadamente, le dio un rotundo no por respuesta a su viejo mentor, añadiendo que, si lo hiciera, su vida y su obra no habrían tenido sentido alguno. En vista de que el poeta se negaba a convertirse en fementido, Almarcha centró sus esfuerzos en legalizar el estado civil de la pareja, unida en matrimonio civil, fórmula de unión que los vencedores cainitas habían dejado sin efectos jurídico-legales.

El 4 de marzo de 1942, Miguel, tendido en un camastro, sin poder ya casi hablar, prácticamente ciego y sordo, con unos trapos conteniendo muy a duras penas las supuraciones de la herida, se presta a la pantomima de contraer matrimonio canónico con su esposa y madre de su hijo, que, aunque no puede abrazarle, mezcla sus lágrimas con las de su amado.

La vida de Miguel se extingue y el 27 de ese mismo mes agoniza en su celda. Josefina puede entrar a darle un último adiós. Años después en sus memorias, recordará: “Tenía la ronquera de la muerte, yo le toqué los pies y los tenía fríos y con rodales negros”.

Dibujos de Miguel muertoA día siguiente 28 de marzo, con 31 años, muere, como un perro abandonado, uno de los más grandes poetas españoles de la historia. El director de la cárcel deniega el permiso para que se le haga una mascarilla mortuoria, pero uno de los presos logra ejecutar dos dibujos a lápiz del cadáver, con los ojos espectralmente abiertos. No está claro quien fue el autor de estos bosquejos y dependiendo del criterio de según que investigador se atribuyen al ya mencionado Eusebio de Oca, Ramón Pérez Álvarez y José María Torregrosa.

En el último instante, el máximo responsable del centro se apiada y autoriza a que a sus restos se les conceda un mínimo de dignidad. Los compañeros penados pueden darle el último adiós desfilando respetuosamente ante el amortajado, mientras la banda del penal interpreta la marcha fúnebre de Chopin. Los familiares y amigos esperan a las puertas de la institución para hacerse cargo del difunto.

En la jornada siguiente, que coincide con la festividad católica del Domingo de Ramos, el cadáver de Miguel, con los ojos abiertos a causa del hipertiroidismo que padecía, es trasladado por sus hermanos Vicente Hernández y Elvira Hernández, Justino Marín, hermano de Ramón Sijé, y la propia Josefina, hasta el cementerio Nuestra Señora del Remedio de Alicante, donde, a las diez de la mañana, se le introduce en el nicho 1009. No se autoriza a su viuda velar el cadáver del esposo difunto, porque las noches del camposanto se dedican al fusilamiento en sus tapias de grupos de desafectos con el Glorioso Movimiento Nacional.

La pavorosa circunstancia de que al poeta no pudieran cerrarle los ojos, inspira en parte la elegía que le dedica su gran amigo Vicente Aleixandre: “No lo sé. Fue sin música./ Tus grandes ojos azules/ abiertos se quedaron bajo el vacío ignorante,/ cielo de losa oscura,/ masa total que lenta desciende y te aboveda,/ cuerpo tú solo, inmenso,/ único hoy en la Tierra,/ que contigo apretado por los soles escapa”.

A los 81 años de todo aquel espanto, Miguel Hernández, como en el poema de Ángel González, nos revisita en la Biblioteca Nacional de España: “… y otra vez la apariencia de la vida/ a florecer sobre tu piel se atreve”.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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