Faltan ya escasas horas para
el comienzo oficial de eso que se llama 'campaña electoral', y que se
diferencia formalmente de lo que ya estamos viviendo apenas en que los
candidatos pueden pedir directamente el voto a quienes acuden a sus mítines o a
sus entrevistas. Poco más. Las innovaciones que se introducen en la vetusta
legislación electoral española son tan escasas, la imaginación de los
organizadores de estos 'rallies' es tan alicorta, que las campañas siguen
siendo más o menos lo que eran: un maratón del candidato por pueblos, comarcas,
bares, mercados y, si les dejan, hospitales y escuelas, besando a niños,
saludando a tenderos, estrechando manos de viandantes y desoyendo cualquier voz
de protesta que pueda alzarse en la concurrencia que pasa y que es sofocada por
los servicios de orden, por así llamarlos.
En general, el candidato es un
señor que gusta de reunirse con sus militantes -porque el candidato ama, como
usted y como yo, los aplausos-en almuerzos masivos que no mueven un solo voto,
que trata de salir favorecido en las teles, incluso cuando se trata de
participar en un debate con reglas más o menos acordadas, que dice desconfiar
de las encuestas -sobre todo, cuando son malas-y que acaba la campaña llegando
a la malhadada 'jornada de reflexión' afónico de tanto repetir el mismo
discurso. Un discurso que, claro está, ya tiene hartos a los periodistas
que, a trancas y barrancas, han seguido su campaña. Nada nuevo, por tanto, en
la iconografía de los mítines, ni en los mensajes televisados, ni en la
estructura de los debates -curioso: el líder de Podemos se ha negado, hasta el
momento, a sentarse frente a frente con el máximo dirigente de Ciudadanos:
hubiese sido al menos una novedad interesante, quizá hasta importante--, ni en
la reglamentación que prohíbe difundir encuestas a partir de un determinado
momento... Así, a nadie le puede extrañar que las campañas electorales tengan mala
prensa, porque es poco lo que aportan al acervo político nacional, más allá de
algunas 'ocurrencias' que el electorado sabe que se aventan para salir del paso
y provocar titulares, pero sin mayor trascendencia.
Y no. Me parece que los
ciudadanos están pidiendo otras formas, otros modos, que caminen más lejos que
los eslóganes publicitarios repetidos en las redes sociales y en los medios
tradicionales, que sean mucho más ambiciosos que los debates televisados en los
que la gente corriente y moliente nunca pregunta, y cuando pregunta es sometida
al corsé de lo políticamente correcto. En suma: me parece que nos está faltando
a todos, candidatos, 'aparatos' de los partidos, medios y sociedad civil en
general, imaginación para romper con lo usado, con lo establecido desde hace
tanto, tanto, tiempo que ya es por completo ineficaz. Necesito que alguien,
desde el atril, me diga en qué van a cambiar mi vida estas elecciones si las
ganan unos, otros o los de más allá. Vana esperanza.
Yo, la verdad, si no fuese
porque es una obligación profesional -y aun así...--, no pisaría mitin de partido
alguno.
- El blog de Fernando Jáuregui. `Cenáculos y mentideros´