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Ahora los niños

Ahora los niños

jueves 08 de noviembre de 2012, 08:02h
Este será el tercer artículo consecutivo sobre la legalización del matrimonio homosexual. Si el primero apuntaba con cuatro trazos diferentes concepciones culturales del matrimonio, el segundo lo hacía con la fosilización del término matrimonio. Este se centrara en apuntar dos o tres ideas sobre la crítica a la adopción o a la concepción subrogada por parte de los homosexuales.
Empecemos con la afirmación repetida de que los hijos adoptivos, o concebidos de manera subrogada en aquellos países donde eso se permite, van a crecer con traumas, o malformaciones morales y culturales si lo hacen en un hogar homosexual. Eso no pasa de ser una apreciación subjetiva, pues no existe ningún estudio científico serio que avale esa hipótesis. Si existen evidencias, en cambio, de las graves secuelas causadas en la infancia por padres heterosexuales maltratadores, manifiestamente absentistas de sus deberes parentales, incompetentes, inmaduros o directamente criminales. Conozco padres profundamente católicos que apenas ven a sus hijos, privándoles de cualquier modelo paterno o materno. Sus niños son criados por el servicio con todos los lujos materiales, eso sí.
Siempre me ha resultado curioso que para conducir haya que superar un difícil examen teórico y práctico, y para tener armas obtener una licencia. Sin embargo, la natalidad indiscriminada es bendecida por los sectores más conservadores siempre que los padres sean heterosexuales. ¿Se debería dejar procrear a quien va a negar a su hijo una transfusión por sus creencias religiosas? ¿A quien va a educar a sus hijos en la creencia de que la sexualidad es pecaminosa y por tanto deben sentirse culpables por experimentarla?


La idea de centrar en la concepción o la crianza de los hijos determinados conceptos considerados deseables, o de evitarles enfermedades, taras o características negativas no es nueva. Se llama eugenesia. Positiva cuando se trata de potenciar las características raciales, físicas o intelectuales apreciadas por sus inductores o negativa cuando se niega la concepción, gestación o nacimiento de los individuos considerados indeseables o tarados. Por supuesto, el término proviene del griego "eugenein"; engendrar bien, y siempre se le ha dado un sentido biológico. Sus orígenes se pueden trazar en el monte Taigeto, en cuyas escarpaduras los espartanos arrojaban a los niños con defectos físicos o en los tabúes relativos al incesto para evitar los problemas asociados a la consanguinidad. Aunque la Iglesia Católica autoriza la consanguinidad previa dispensa, independientemente del riesgo para los niños. En el siglo XIX Mendel y Darwin cimentarán sus bases para desarrollarse con toda su fuerza en el siglo veinte. Sir Francis Galton, primo de Darwin, recomendó en 1905 la exigencia de un certificado prematrimonial para garantizar la idoneidad eugenésica de los contrayentes. La primera ley de esterilización eugenésica, se estableció, en 1907, en el estado de Indiana. Y la Alemania nazi llevó a sus últimos extremos las políticas de higiene racial mediante la esterilización forzosa de los seres humanos considerados no aptos para la reproducción.
En el caso de la crianza nos encontramos ante una "eugenesia" cultural, y no biológica. Se trata de evitar taras o malformaciones psicológicas a los niños al considerar a los padres o tutores responsables de esos daños. Como cuando el Estado se arroga la decisión de arrebatar la patria potestad. Esa es la clave del asunto; establecer cuales son las causas legítimas para privar de esa patria potestad o vetarla de antemano en el caso de los homosexuales.
Eso exigiría considerar esa opción como una psicopatología o una perversión. ¿Es eso lo que piensan de verdad los que critican el matrimonio homosexual? Pues que lo digan. Si no estamos como con Mas, que habla de independencia pero no verbaliza el palabro.
Nadie duda de la buena intención de unos y de otros, pero erigirse en juez para decidir cuales son los valores deseables para la crianza de un niño, y seleccionar luego los padres adecuados, o no, para desarrollarlos en el hogar no sólo es un pecado de soberbia, era también lo que hacía, presuntamente, Sor María, al privar de sus recién nacidos a unas madres pobres o solteras para dárselos a familias pudientes y católicas. Por el bien de los niños, claro.
Pero la homosexualidad no es una enfermedad, aunque para las conciencias turbadas tal vez sea un alivio saber que el IV Congreso Internacional de Médicos Católicos inaugurado por su santidad, Pío XII, en septiembre de 1949, en Roma concluía que el Estado no debe imponer ninguna limitación a la libertad del individuo para contraer matrimonio. Ni siquiera por motivos médicos.
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