70 años y el interrogante de la abdicación

A tener en cuenta. La razón de esta conjetura ha venido siendo el recurrente Hoy en día 70 años es una edad fronteriza de jubilación tardía funcionarial, que da paso, en la Universidad, a la figura del emérito, que viene a ser un profesor no ejecutivo y aúlico. Para el Rey no hay más jubilación que la voluntaria u, obviamente, aquellas forzosas como la incapacidad  o el fallecimiento.

La jubilación voluntaria, en este caso abdicación, no parece divisable en el horizonte de los centinelas aupados a los oteros. La posibilidad de la renuncia o resignación de dignidad y cargo, es eventualidad que se viene manejando desde hace varios años como entretenimiento teórico primero y, con más últimamente, como contingencia de más peso planteamiento del problema del juancarlismo. Se dice, con la razón que da la extensión e insistencia del aserto, que los españoles son juanrcarlistas, pero no monárquicos. Que quieren a la persona, o están acostumbrados a ella, pero que no la desgajan de la institución que encarna. Y que, por lo tanto, desaparecida la persona, la institución se extingue.

 Rey y Monarquía son consustanciales. Para la inmensa mayoría de los españoles, Monarquía y Rey nacen al mismo tiempo, de las mismas circunstancias, tras un largo paréntesis de República, Guerra Civil y autocracia. La percepción popular es que el Rey surge, no que hereda el trono de su padre, aunque por estirpe así sea pese a no reinar; ni de su abuelo, que sí reinó pero que estaba diluido en el recuerdo cuando su nieto fue  coronado. También ha quedado difuso que el Rey fuera impuesto por Franco, como lo fue, pero su posterior comportamiento borró huellas de su político progenitor. Por tanto, en la Monarquía no se percibe continuidad por doctrina o acartamiento tácito o secular. El pueblo no tiene conciencia de que el Rey es sucesor de reyes y por lo dicho anteriormente, casi tampoco que es sucesor de una dictadura ya muerta. Es algo nuevo, producto de la Historia y falta la tradición que diga que al Rey le sustituye otro Rey por la simpleza de la filiación.

En España, en la Jefatura del Estado. un hijo no ha sucedido a su padre desde que Alfonso XIII, sucedió al suyo,  el XII, en 1.886, como póstumo. Nada menos. Esa ceremonia de sucesión filial de traspaso de poderes reales, no se produce desde entonces. Lo que quiere decir que carece absolutamente de tradición y eso significa que no existe rastro de memoria histórica. La Monarquía está en un plano secundario. La figura es el Rey. Desde su coronación ha crecido y se ha instalado con sólidos anclajes en la sociedad española. La Institución, no.

Para que una institución como la monárquica se asiente, tiene que estrenar y consolidar el mecanismo sucesorio. Yeso es cuestión de muchos años. Por lo tanto, hoy en día es  imposible afirmar que la Monarquía ha hincado su raíz de manera definitiva. Eso lo dirá el mañana. Lo que sí se puede pulsar hoy es la empatía del pueblo el Rey, que es excelente, pero no con la Institución, que es una incógnita. De momento se manejan argumentos  prácticos: “ha demostrado que sirve…” “ es más barata que otras instituciones en el extranjero…”. Deducciones pedestres que quizá sean las más válidas para enfrentarse a la tremenda dificultad de entender que en el siglo XXI un hijo herede de su padre un cargo de máxima ascendencia sobre todos sus conciudadanos. Y más en un país donde esa tradición se ha perdido.

Ese es el problema que el Rey tiene planteado desde que es Rey y que no puede resolver con seguridad. Abdicar y tener al hijo bajo amparo para consolidarlo es algo posible. Pero la figura del Rey- padre tutor en alguna lejanía, y ocioso, no parece que podría beneficiar al hijo. Se vería claramente la jugada y Don Felipe se mostraría como menesteroso de auxilio para sus primeros pasos al frente del Estado. Enorme y evidente diferencia con su padre, que al morir Franco tuvo que recibir el toro a puerta gayola.