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Felipe González y Hernando, las grandes ausencias

Felipe González y Hernando, las grandes ausencias

domingo 04 de mayo de 2008, 12:57h
A las diez en punto, los restos mortales de Leopoldo Calvo-Sotelo llegaban al Congreso de los Diputados, que había abierto excepcionalmente la puerta central, la de los leones, reservada hasta ahora solamente para para los inicios de las legislaturas. El presidente del Gobierno, junto con la presidenta del Tribunal Constitucional y los presidentes del Congreso y el Senado, aguardaban en la calle la llegada de los reyes y los Príncipes de Asturias. Todos iban de luto riguroso. Ví algunos rostros emocionados, algunos ojos –no solamente de familiares—enrojecidos: el ex presidente, hierático como era, puede que no se distinguiese precisamente por su carisma, pero era un hombre apreciado.

La gente se agolpaba frente a la sede de la Cámara Baja. Aplaudieron a Zapatero, aunque poco, lo mismo que a Mariano Rajoy, que no pudo acceder, por un ajuste momentáneo de los trabajadores de la Casa, a través de la puerta principal y debió hacerlo por un lateral. Tanto él como Soraya Sáenz de Santamaría vestían totalmente de luto y, de alguna manera, oficiaban como algo parecido a anfitriones, pese a que Calvo-Sotelo, que sepamos, no era formalmente militante del PP, aunque sí simpatizaba inequívocamente con este partido. Tanto Zapatero como Rajoy, Bono y Sáenz de Santamaría dirigieron, desde un micro instalado al efecto, unas palabras de circunstancias a las cámaras.

Una bandera española cubría la mitad del cuerpo del ex presidente del gobierno, el primero de la democracia que ha fallecido. Allí estaban su viuda, Pilar Ibáñez Martín; sus hijos y familiares más directos. Y algunos de sus colaboradores y correligionarios en UCD, como Miguel Doménech, Luis Sánchez Merlo, Landelino Lavilla –convaleciente de una larga operación--, Miguel Herrero de Miñón, Pedro Antonio Martín Marín, Eugenio Galdón…No vimos –los días, de puente, no eran propicios y la muerte de Calvo-Sotelo fue muy repentina—a otros ex ministros de la época, como José Pedro Pérez Llorca. Si estuvo José María Aznar, y también estaba allí Adolfo Suárez Illana en representación de su padre, pero no el otro ex presidente del gobierno, Felipe González. Tampoco estaba, entre los poderes institucionales, el presidente del Consejo del Poder Judicial y del Supremo, Francisco Hernando.

Soldados de todas las armas y de la Guardia Civil se turnaban para hacer guardia, con las armas rendidas, al féretro, instalado en el atrio principal de la Cámara Baja. Era, José Bono se encargó de decirlo por la radio, la primera vez que soldados armados entraban en son de paz en la Cámara Baja: las otras veces fueron de infausta memoria, desde Pavía hasta Tejero. A las once, entre algunas muestras de cariño popular, llegaban los reyes y los príncipes. Estuvieron diez minutos en la capilla ardiente y, a continuación, llegó la vicepresidenta Fernández de la Vega, seguida inmediatamente por la ministra de Educación, Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo –sobrina del fallecido—y los ministros de Exteriores, Industria e Innovación y Desarrollo. 

A mediodía, cientos de ciudadanos de a pie, mezclados con algunos políticos y gentes de la cultura que habían venido para rendir el último adiós a Calvo-Sotelo, hicieron cola para entrar en la capilla ardiente, mientras los servicios de televisión de la Cámara transmitían en directo. Y así, hasta este lunes a las nueve de la mañana, cuando el féretro con los restos del ex presidente que metió a España en la OTAN y juzgó a los golpistas militares del 23-F (nunca se dio proceso alguno contra presuntos implicados civiles), salen con destino al cementerio en Ribadeo, su amada Ribadeo.
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