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Pero ¿por qué no gana el PP?

viernes 02 de enero de 2009, 09:37h
Conozco a varios observadores políticos, entre ellos algún analista extranjero, que siguen perplejos ante el hecho de que, contumaces, las encuestas sigan favoreciendo, aunque sea por muy poco, a los socialistas en intención de voto frente al Partido Popular. Así, varios periódicos han inaugurado el año publicando sondeos, que me parecen bastante fiables, en este sentido. Y tengo noticias de otros trabajos que no difieren de la tendencia general. ¿Por qué no gana el PP, cuando es patente el desgaste de un gobierno con una muy irregular marcha en varios de sus ministerios, con la corrosión que propicia toda crisis económica, habiendo perdido Zapatero, casi un lustro después de llegar al poder, una parte del encanto que le prestaba el cambio?

Solamente se me ocurre, a estas alturas, una respuesta: el afán por el poder. En ZP es patente: ha luchado mucho por conseguirlo -y ha dejado algunos malheridos por el camino, pero a ver quién es ahora el guapo que se lo recuerda- y lucha día a día por mantenerlo. Tiene hambre de balón, y eso que va ganando por tres a cero. Sus métodos son ocasionalmente cuestionables, consta que no siempre dice la verdad -eso, por expresarlo en términos suaves- y sus recetas para salir del mal trance económico no acaban de convencer ni a especialistas ni a legos. Pero está ahí, seguro de sí mismo, auriga subido al carro permanentemente dispuesto a partir a la carrera -¿hacia dónde?-. Y, cuando hablas del tema en la calle, son muchos los que invariablemente te dicen: “Sí, es malo; pero lo de enfrente es igual de malo o peor”. Entonces, claro, el deseo de cambio no está explícito; para qué cambiar en esas condiciones.

Ya digo que el ansia de llegar, de mantenerse, de ganar, es una de las condiciones que definen al político y a la política. Y, la verdad, ese ansia no es tan perceptible “enfrente”. Mientras Zapatero daba estos días la sensación de actividad, tantas veces gratuita, a Rajoy se le percibía, con razón o sin ella, vacacionando en Galicia, saliendo ocasionalmente a los medios, en actos insuficientemente preparados, para repetir el mismo mensaje descontento. Puede que los españoles no quieran escuchar ese mensaje algo apocalíptico porque prefieren creer que algún mago les sacará las castañas del fuego. Y Rajoy no tiene aspecto de mago.

El líder de la oposición es persona seria, patentemente honesta. No engañará a sus electores. Ha emprendido de manera definitiva un viaje al centro que no le perdonan los radicales de la derecha, pero que deberían aceptar con mayor entusiasmo quienes creen, o dicen creer, en ese centro, en el que desde luego no se encuentra este PSOE. Pero ya ven: Rajoy no despega en las encuestas y, con fundamento o más bien sin él, no son pocos en su partido los que dicen que es su liderazgo, o su falta de él, lo que trae la postración al PP. A mí me parece que las causas son más profundas: hay ambiciones desatadas en el PP y las luchas por el poder, aunque sean con sordina, gustan poco al electorado. Lo cual no quiere decir que Mariano Rajoy no ofrezca una imagen algo apática. No es un líder carismático ni lo será nunca, pero ¿son lo mejor para un país los dirigentes populistas? ¿Vale más una sonrisa que una propuesta razonable?

Quién sabe lo que el destino le va a deparar a Rajoy, quién sabe lo que nos deparará a todos este 2009 que comienza bajo la dictadura de los sondeos y, de nuevo, con ruido de tambores de guerra electoral. Lo cierto es, de momento, que las cosas comienzan en el PP este año como acabaron el pasado. Y que deben concretarse cuanto antes las hipótesis que hablan de una ofensiva de los ‘populares’, tanto en lo referente a su propia imagen, y a la de su principal dirigente, cuanto en lo que atañe a su comportamiento interno, no siempre, por parte de algunos, del todo leal con quien, les guste o no, ganó abrumadoramente el último congreso nacional del partido. Pero la verdad sigue siendo la misma: Rajoy, que parece más bien el árbitro del partido que el goleador de su equipo, es el principal enemigo de su propio futuro político.
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