El ruido de las excavadoras ha empezado a resonar desde el lunes en los jardines de la Casa Blanca, y está previsto que siga en los próximos meses. Su propósito no es otro que demoler parte del ala este del edificio presidencial y construir lo que el presidente estadounidense, Donald Trump, ha denominado como parte de "su legado" presidencial.
La escena, que han captado varios corresponsales en Washington, ha derivado en una mezcla de asombro y polémica. Pese a que la Administración Trump afirmó que la nueva construcción iba a ser un anexo "separado sustancialmente" de la estructura original, las imágenes dejan claro la destrucción parcial de una sección histórica de la residencia.
Según ha anunciado un funcionario de la Casa Blanca al diario 'The Washington Post' bajo condición de anonimato, el ala este va a ser reemplazada por el nuevo salón, un lugar faraónico de unos 8.000 metros cuadrados con capacidad para unos 900 invitados. El coste estimado del megaproyecto se estima en los 200 millones de dólares, financiados, de acuerdo con la versión oficial, por donaciones del propio presidente y un selecto grupo de magnates.
Desde su regreso al poder en enero, Trump ha tomado un papel que va más allá del de jefe de Estado, entre ellos, su papel como agente inmobiliario. "Siempre he sido un constructor, y ahora estoy construyendo una nación que vuelve a ser respetada", manifestó la semana pasada durante una cena privada en la Casa Blanca.
En esa misma audiencia presentó los planos del futuro salón de baile, que ha sido diseñado por la firma McCrery Architects y llevado a cabo por la constructora Clark, responsable de proyectos emblemáticos como el estadio Capital One Arena, también situado en Washington D.C. Trump ha descrito el nuevo espacio como "una joya neoclásica" y ha continuado diciendo que "siempre quisieron un salón de baile, pero nunca tuvieron un agente inmobiliario".
Un legado de oro y mármol
El salón de baile es únicamente la pieza más visible de una serie de remodelaciones que el mandatario ha llevado a cabo en la Casa Blanca desde su vuelta. Los pasillos y salones históricos han sido recubiertos con detalles dorados al estilo Mar-a-Lago, el club privado de Trump en Florida. También el histórico baño Kennedy fue reformado con mármol estatuario porque, de acuerdo con el republicano, "refleja mejor la estética de la época de la Guerra de Secesión".
El mandatario también ha cambiado el legendario Jardín de las Rosas, que no se había tocado desde 1962, en un patio de piedra al aire libre, escenario habitual de cenas privadas con aliados y ceremonias de premiación. Ha sido allí donde, en septiembre, dio de forma póstuma la Medalla Presidencial de la Libertad al activista ultraconservador Charlie Kirk.
Durante la misma cena en la que se vieron los planos del salón, Trump enseñó a sus invitados 3 modelos a escala de otro proyecto en ciernes: el 'Arc de Trump', un monumento inspirado en el Arco del Triunfo de París.
El monumento se situaría al final del puente Memorial, entre el centro de Washington y Arlington. Aunque todavía no se han presentado solicitudes formales, el presidente dejó caer que podría financiarlo con los fondos sobrantes del salón de baile, despertando nuevas críticas sobre lo opaco de su gestión de donaciones privadas.
Cuestionamientos legales y arquitectónicos
Las renovaciones emprendidas por Trump han suscitado muchas dudas entre expertos y defensores del patrimonio. El Instituto Americano de Arquitectos señaló en agosto su "profunda preocupación" por las alteraciones estructurales de la Casa Blanca y solicitó a la Comisión Nacional de Planificación de la Capital una revisión exhaustiva.
La Administración asegura ampararse en una ley de 1964 que deja al presidente hacer modificaciones "estéticas y funcionales" en la residencia oficial, aunque juristas y urbanistas alertan de que la demolición del ala este podría vulnerar ese marco.