Uno de los efectos más trascendentes de la extensión de la crisis financiera mundial es el apresuramiento del retroceso del poder estadounidense. Puede que al final de las extenuantes jornadas por las que todavía continuará avanzando la debacle financiera la economía norteamericana se recupere más rápido y mejor que la mayor parte de las europeas, porque, pese a todo, mantiene una ventaja aparentemente irreductible en el corto y mediano plazo en materia de desarrollo tecnológico y productividad. Pero, aun así, no hay visos de que esto amortigüe los extensos y profundos daños producidos en su predominio político y, más pausadamente, en el ideológico.
La resistencia económica estadounidense se ratifica hoy, cuando a pesar de las inocultables evidencias de su protagónica e inmensa responsabilidad en el gatillamiento y expansión de la crisis, el reflejo que predomina entre los despavoridos inversores es refugiarse en las letras del Tesoro emitidas por EEUU, dándole tal impulso a su alicaída moneda, que logra una fortaleza mayor a la que pudo ostentar en los años recientes. Ahora, si ocurre aquello que prevén unos pocos especialistas económicos que es que el actual “estallido” de la burbuja financiera predisponga a que se desgarre toda la ficción sobre la que está montada la economía “real” de la primera potencia, con su demencial déficit acumulado y los insostenibles niveles de endeudamiento externo y los de empresas y familias, allí sí podría presentarse un brusco viraje que, indudablemente, afectaría no sólo a Estados Unidos, sino al conjunto, lo que explica el cauto comportamiento de los demás grandes actores económicos del planeta.
Pero como ya se ha dicho al inicio, el manifiesto retroceso de la hasta hace poco casi ilimitada capacidad política norteamericana para imponer sus criterios ha sufrido daños prácticamente irreparables, como resultado de una prolongada cadena de actuaciones unilaterales y prepotentes. Acontecimientos estrechamente vinculados a lo que pasa en nuestro país así lo han demostrado, durante la última intensificación de nuestra crisis política, ante la cual Estados Unidos y su aparato de acción continental no tuvieron otra actuación que la de testigos inertes, ante la irrupción de nuevos actores y decisores agrupados en Unasur. La cancillería estadounidense trató de disfrazar este drástico cambio de las tradiciones, sugiriendo que habría “delegado” al Brasil la responsabilidad de conducir el manejo de la situación de emergencia, tesis evidentemente mixtificadora de lo que realmente ocurrió, al margen de sus cálculos, manifiestamente comprometidos con las acciones opositoras.
La verdadera dimensión de la respuesta mezquina del menguante poder político imperial se ve en la revancha asumida contra Bolivia al suspender las preferencias arancelarias conocidas como ATPDEA. Los argumentos utilizados para tomar esa decisión se desmoronan al comparar la superficie de cultivos de coca y el crecimiento real de la economía de la cocaína con los países que merecen elogios y reconocimiento estadounidense y que tienen superficies de cultivo mayor en una proporción descomunal y una penetración económica y política aún más poderosa.
La semana pasada, el New York Times criticó editorialmente la decisión de suspender los beneficios del ATPDEA a Bolivia. La gran interrogante que queda en el aire es si el próximo nuevo Gobierno entenderá eso, o si continuará atrapado en la lógica de las respuestas propias de un imperio declinante.
* Analista político y catedrático
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Tomado de la edición de la La Prensa 19-10-2008