11-M, libertad, seguridad, juricia
sábado 17 de febrero de 2007, 18:45h
De esa especie de gran ceremonia de la confusión en que se ha convertido la investigación de lo sucedido en Madrid el trágico 11-M de hace tres años, a los observadores independientes –a los que no creemos que ETA inspirase el atentado, no por falta de ganas, sino de capacidad operativa, pero tampoco que fuera idea y a saber si obra de un grupo tan inverosímil, casi de comedia de Jardiel Poncela, como el formado por quienes se sientan en el banquillo– nos llegan más dudas que certezas. Una de las pocas certezas, y conviene subrayarla, es que las circunstancias han conducido a un tribunal equilibrado, competente y fiable, no sólo por su presidente, el honesto y serio Gómez Bermúdez, sino también por los dos competentes magistrados que le acompañan. No es poco, después de una instrucción tan… digamos polémica, por prudente respeto a la autoridad judicial.
Parece que para algunos ETA fuera menos terrorista por no haber participado en el 11-M, como si casi un millar de asesinados por la organización terrorista vasca tuvieran menos calidad política que los 191 muertos de la masacre de Madrid. ¿Es que si ETA no estuvo en el 11-M quedaría legitimada para concurrir a las próximas elecciones locales y autonómicas bajo una marca que sustituya a la ilegal Batasuna? Conviene advertir que a esta perversión dialéctica contribuyen los empecinados en meter a ETA en el 11-M aunque sea con calzador, como si fueran necesarias razones adicionales para la completa e irreversible proscripción democrática del terrorismo y sus cómplices.
Con 11-M o sin 11-M, ETA es una organización terrorista. Ni ETA, ni Batasuna, ni cualesquiera otra marca o siglas de aliño con que se disfrace, pueden concurrir a unas elecciones sin corromperlas irreparablemente. Sobra la guinda improbable del 11-M para la irreversible proscripción democrática de ETA y sus cómplices como exigencia de moral cívica. ¿Habrá que recordar el sufrimiento que costó no parar a los nazis a tiempo? ¿Habrá que insistir en la identidad esencial –racismo y expansionismo– de los planteamientos nazi y etarra? Si Rodríguez Zapatero negociase la presencia electoral de Batasuna, bajo cualquier disfraz, quedaría legitimada la ruptura, con todas las consecuencias, para salvar la democracia. Detengamos por ahora la argumentación en este punto.
Casi siempre que viajo a mi querida Amsterdam busco un rato para ir a la casa de Ana Frank y arrodillarme, hondamente conmovido, ante la pequeña mesa de tapa de cristal que conserva las estrellas amarillas de la ignominia nazi. A veces pienso que se debiera hacer de la casa de alguna de las muchas víctimas de ETA un lugar de peregrinación, para que nadie olvide lo que está en juego en la mínima cesión ante la barbarie. Nada imaginable, ni siquiera el 11-M, añadiría otra cosa que número de víctimas a la condición intrínsecamente abyecta y criminal del nacionalismo radical vasco alojado en ETA.
No es pequeña la responsabilidad caída sobre los magistrados que juzgan a los presuntos autores materiales del 11-M. Podrán condenarles si y sólo si alcanzan la convicción, más allá de cualquier duda razonable, de que los acusados cometieron los actos criminales, con independencia de quién o quiénes los inspirasen y organizasen, o como ahora se dice, con expresión por lo menos inquietante, de quién o quiénes fueran los “autores intelectuales” de la masacre. Y queda un subyacente aún más terrible: ¿es posible que los ejecutores del crimen desconocieran, o tuvieran percepción errónea de la identidad de los ideadores y directores de la operación terrorista? Es posible, lo que haría muy difícil llegar con certeza a los máximos responsables. ¿Acción u operación? ¡Quién lo sabe fuera del círculo! El 11-M, como otros crímenes que incidieron de manera sensible en el curso de la historia, quedan para el análisis y las hipótesis de los historiadores, y probablemente por encima de la capacidad de investigación policial.
En cualquier caso, es importante que los autores materiales no queden impunes, pero también es importante que los acusados reciban el castigo sólo si los magistrados llegan a la conclusión fundada de que efectivamente fueron los autores materiales de los crímenes. Vivimos afortunadamente en un país en el que la administración de Justicia, pese a la nada casual penuria de medios en que la mantienen los políticos, merece crédito, porque se encuentra en manos de jueces y magistrados en su inmensa mayoría competentes e independientes y que aplican un sistema riguroso de garantías.
El problema no es sólo, que ya sería suficiente, el terrorismo. La extensión y penetración alcanzadas por el crimen organizado, con la terrible deriva de la corrupción en importantes espacios políticos y de negocios, obligan a responder con medidas excepcionales que pudieran llegar a poner en peligro aspectos sensibles de libertades y derechos que dábamos por consolidados en las sociedades democráticas. Necesitamos una cirugía policial y jurídica de alta precisión, capaz de extraer los tumores que han invadido el cuerpo político sin dañar su calidad democrática, de manera que aquellas libertades y derechos, y conquistas tan esenciales como la privacidad y la intimidad, puedan preservarse o restablecerse pronto en toda su plenitud.
La tensión entre libertad y seguridad es tan antigua como la existencia misma del ser humano. Es cierto que la libertad padece en un marco inseguro, pero no sería verdadera seguridad, sino opresión, aquella que recortase las libertades. Se tardará tiempo en reparar las consecuencias del terrible error de Guantánamo, y tendrán los gobiernos europeos que recuperar el crédito perdido cuando hemos sabido, gracias al Parlamento de la Unión, que fueron no sólo espectadores pasivos, sino incluso a veces cómplices de secuestros ilegales y vuelos secretos. Pero no sería justo identificar a Bush y Blair con Estados Unidos y el Reino Unido, dos grandes países democráticos que a buen seguro serán los primeros en iniciar la reparación de lo sucedido.
Se puede tener mayor o menor acierto al elegir los amigos, pero conviene sobre todo no confundirse de enemigos. Con todos los errores que ahora conocemos, Estados Unidos y el Reino Unido siguen siendo, como Alemania y tantos otros, amigos fiables y que nos convienen, lo que no puede predicarse por ejemplo de Francia, por lo menos mientras dure la actual presidencia, o de Rusia, en manos de la mafia. Pero el enemigo sigue siendo el mismo, internacional o nacional, tanto da que se llame islamismo radical, ETA, mafia, crimen organizado o cualquier otro nombre del terror y la corrupción. Vivimos tiempos difíciles, incluso terribles, en medio de una lucha entre Civilización y barbarie en la que sólo uno de los contendientes puede sobrevivir. Lo importante es que la Civilización predomine sobre la barbarie y sobreviva sin perder su definición y esencia, esto es, la plenitud y generalidad de ejercicio democrático de los derechos y libertades que son lo mejor, el omega, de la condición humana.