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Mujeres migrantes: dejar el país de origen

Mujeres migrantes: dejar el país de origen

viernes 09 de enero de 2009, 18:16h
Las sociedades deben acoger a las migrantes, escucharlas con respeto y atender sus necesidades, promoviendo sus derechos humanos, en tanto su doble condición: migrantes y mujeres.

La migración de mujeres y de hombres no es nueva en la historia de la humanidad. Pero hoy está ligada mayoritariamente a transformaciones económicas, reestructuración de los mercados laborales y la consolidación de redes sociales y familiares.

Cada vez más, las mujeres migran solas, y ya no por razón de acompañamiento a sus parejas o reunificación familiar, supuesto de dependencia todavía presente en la generalidad de las formulaciones teóricas.

Cifras recientes hablan de más de 200 millones de migrantes, es decir, el 3% de la población mundial. Entre 1960 y 2005 las mujeres que dejaron sus países aumentaron de 46,7% a 49,6% -cerca de tres puntos- llegando a casi 95 millones. Pero en el mismo período, en América Latina y el Caribe, el porcentaje creció a un ritmo de 5%, lo que posiciona a la región como la
segunda con mayores flujos después de Oceanía.

Sólo en los últimos diez o 15 años, las investigaciones han comenzado a considerar las diferencias que se dan entre los géneros en los procesos migratorios. Para muchas mujeres, éstos significan la apertura a un nuevo mundo, en el que esperan vivir con más igualdad. Para los países de origen y para los de destino, la contribución de ellas, económica, social o cultural, suele significar importantes transformaciones en los modos de vida.

Sin embargo, la migración puede tener también un alto costo. Es así que los empleos precarios e informales someten a las migrantes a condiciones de vida deficientes, y de alta vulnerabilidad a la transgresión de sus derechos humanos básicos. En su mayoría se ven atrapadas en una estrecha lógica de sobrevivencia, sin poder reconocerse a sí mismas como sujetos de derechos.
A la situación descrita contribuye, por otra parte, la irregularidad documentaria de muchas de ellas, lo que favorece una mayor desprotección y las hace fácil blanco de abusos, principalmente laborales y de salud. Esto se agudiza si a la condición migratoria y de género se agregan otras variables, como la pobreza, la pertenencia étnica o la falta de oportunidades en su lugar de origen. La xenofobia y el racismo en los países de llegada son "la guinda de la torta" en cuadros como el descrito, ya que sin importar su edad, las mujeres son las principales víctimas de estas actitudes y prácticas.

Las jefas de hogar actúan como únicas responsables de mantener económicamente a la familia que quedó lejos. En muchas de ellas se da un fuerte sentimiento de culpa por haber dejado atrás a algún hijo o hija y, por lo general, no se permiten autogratificarse ni socializar con otras personas. En ello influye el haber sido educadas como las únicas responsables de entregar cariño, alimento, educación y cuidados a la prole, y no están presentes. Entonces, viven ese rol en forma exacerbada, en medio de las duras condiciones de vida fuera de su patria.

Cuando las mujeres migran, atraviesan umbrales complejos, que impactan de inmediato y en forma directa en su fuero interno, en lo familiar y comunitario. Se desplazan por largos kilómetros, se internan en paisajes distintos al propio, con otras vecindades, otras gentes y otros códigos. Deben reconocerse como "diferentes" y luego hacer esfuerzos por redignificarse frente a la discriminación.
Al mismo tiempo, los lazos familiares se fracturan, se suspenden. Tanto los que se quedan como los que parten deben reconstruir el vínculo, incorporando las nuevas ausencias. En la suma final, las mujeres que migran se focalizan en la sobrevivencia, lo cual implica una paradoja en términos de identidad. Y es que ganan en independencia económica, poder de negociación, libertad personal y nuevas relaciones, incluyendo aquellas con sus familias de origen. En algún sentido, ganan en estatus.

Sin embargo, estas ganancias las obtienen a cambio de condiciones laborales más precarias -incluso de explotación- y de ganar menos que los inmigrantes hombres. Los oficios a que acceden, a pesar del alto nivel de instrucción que muchas tienen, son aquellos asignados a las mujeres según la patriarcal división sexual del trabajo, vale decir, labores domésticas, cuidado infantil o de personas que han perdido capacidades. Se les hace cada vez más difícil pensar en proyectos a futuro en el país de residencia o de nacimiento.

Como corolario: las mujeres están migrando y seguirán haciéndolo, a pesar de los obstáculos y trabas, porque una estrategia eficaz para la sobrevivencia de los suyos es su motivación más fuerte.

Las sociedades, por consiguiente, deben acoger a las mujeres migrantes, escucharlas con respeto y atender sus necesidades específicas, promoviendo sus derechos humanos, en tanto su doble condición de migrantes y de mujeres. Para ello, es fundamental establecer en la región de América Latina y el Caribe medidas y políticas de integración con enfoque de género, que protejan esos derechos con miras a una real integración. Quedarse sólo con el control migratorio ya no es posible.

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Carmen Torres
Directora Instituto de la Mujer
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