La mafia tiene muchos nombres. Al parecer está a las puertas de algunas discotecas, en las calles de Miami, en los aledaños de la Casa Blanca, entre las cúpulas del Vaticano, en las cloacas de Coslada y en algunos kibutzs. Cada día es más evidente que puede desarrollarse como en su propia casa, esté ubicada ésta en Madrid, Roma, Washington, Miami o Jerusalén. La CIA, la Policía Local, los Cardenales de la Iglesia Romana, los militares de Colombia –regulares y guerrilleros-, el ejército de Israel, los ediles de Marbella, los periodistas en precario –intelectual o económicamente- y hasta los jueces, pueden sucumbir en cualquier momento a la tentación de un invento tan ladino y poderoso, tan resbaladizo y letal como esa cosa nuestra –de todos, qué espanto- a la que han dado en llamar mafia.
Si hay un crimen entre colombianos se habla de la mafia; si asesinan a un juez en Italia, todos miran a la mafia; cuando asesinaron en la década de los 60 a John y RobertKennedy, sólo se habló de la mafia; con motivo de la muerte del Papa Juan Pablo I el Breve (solo gobernó a la Iglesia Católica 33 días) se publicaron varios libros tan apasionantes como estremecedores que apuntaban a la mafia en el interior de la Banca Vaticana, dirigida en aquellas fechas (finales de los años 70) por el todopoderoso arzobispo Paul Marcinkus; los siete mandatos del incombustible líder de la Democracia Cristiana de Italia, Il Divo Giulio Andreotti, estuvieron nimbados por la sombra siniestra de la mafia;en los recientes crímenes de dos capos hermanos de los cárteles de la droga se ha señalado a la mafia; y la muerte a tiros de un portero y un relaciones públicas en una sala de fiestas y una calle próxima en pleno centro de Madrid ha llenado los periódicos de titulares que han aludido a las “mafias” de la droga, la prostitución y el negocio de las salas de fiesta, asegurándose en los distintos medios de comunicación ser controlados por esta cosa nostra que parece estar, como Dios, en todas partes.
El último descubrimiento en mafias lo ha hecho el periódico de cabecera de los cubanos de Cuba, Granma, donde se acaba de acusar a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Esperanza Aguirre, de “querer ser la cabecilla de la mafia anticubana asentada en Miami”. La parlanchina presidenta –que por h o por b aparece todos los días en los titulares de prensa- puso en bandeja al diario nacional de la isla gobernada por los hermanos Castro la reacción del combativo periódico, al realizar varias afirmaciones contra el Gobierno de Cuba tras la celebración, el pasado 1º de enero, de los 50 años de la Revolución. Y muy especialmente al inducir, en la Casa de América de Madrid, a la participación en la convocatoria de una “marcha por la libertad en Cuba”, el próximo 31 de enero.
Bien está defender la libertad de todos los pueblos. La liberal presidenta no desaprovecha ocasión para hablar de Cuba, o de sus gobernantes (mal, por supuesto). Cuesta creer, esta vez, que las mafias de Miami tengan mucho que ver con ella, aunque el periódico cubano aporte graves y discutibles acusaciones. Pero hay que reconocer que su idea de la libertad de los pueblos es coja, manca, bizca y muy poco liberal, sobre todo si no la hace extensiva a las marchas por el fin de las matanzas y la guerra en Irak o Palestina, pueblos masacrados y acerca de los cuales sus correligionarios, tanto en España como en los Estados Unidos, han guardado un cínico silencio. Quizás en nombre de Yhavé.
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