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El reguero de dinamita

El reguero de dinamita

jueves 15 de marzo de 2007, 19:58h

Apuntes desde la Sala

Hay un reguero de dinamita que va desde la mina Conchita, llega a la casa de Morata de Tajuña, en varios correos, que discurre por la furgoneta Renault Kangoo de Alcalá de Henares y  la mochila de Vallecas y que, irremisiblemente, estalló en las estaciones de El Pozo, Santa Eugenia, Atocha, en el tren de la calle Téllez y en la vivienda de la calle Martín Gaite de Leganés donde se inmolaron los siete suicidas, acabando también con la vida de un GEO. El reguero, reconstruido por la fiscal Olga Sánchez en sus conclusiones provisionales del sumario 20/2004, se ha extendido virtualmente en la Sala con la declaración del comisario jefe que fue de los TEDAX, Juan Jesús Sánchez Manzano. Y ahora sabemos por su testimonio que esa senda de muerte y destrucción se empezó a descubrir el mismo día de la masacre apenas seis horas y media después de producirse.

Al verlo venir el acusado de facilitar esa dinamita, Suárez Trashorras, se colocó en la primera fila detrás del cristal, apoyó los codos sobre las rodillas e hizo descansar su  barbilla sobre las dos manos cruzadas. Solo descomponía la figura para seguir mordiéndose las uñas y habrá que pedir a la directora general de prisiones, Mercedes Gallizo, que preste servicio de manicura en prisión porque este hombre no va a acabar la Vista sin que le sangren los dedos. Tres bancos más atrás y con la espalda pegada a la pared, junto a la puerta que les devuelve a los calabozos en los recesos, Antonio  Toro, el otro implicado en la trama de los explosivos escuchaba inexpresivo. Claro que para inexpresivo Ramei Osman El Sayed, “El Egipcio”, supuesto cerebro de la banda, que se ha colocado los cascos de la traducción como si fueran una prolongación de sus orejas y que apenas si parpadea con la vista perdida vaya usted a saber dónde.

A este lado del cristal Pilar Manjón, en a primera fila tras las bancadas de los abogados tecleaba también un ordenador portátil. Las víctimas también se han acogido a la tecnología en este juicio hi-tec.

Claro que a este lado del cristal quien peor lo pasó fue el pulcramente vestido comisario, traje azul oscuro, camisa a rayas, corbata discreta y abundante pelo blanco peinado hacia atrás. Treinta y dos años de servicio y escasa facilidad de palabra. Lo justo para traducir la jerga policial al Tribunal, para hacer entender el lenguaje reglamentario de las notas informativas que aquellos días terribles, desde poco después de las ocho de la mañana que llegó al escenario de la matanza en la estación de Atocha, redactó para sus superiores. Quien le quiso entender le comprendió perfectamente. Tanto que el círculo maldito seguido por las bombas se completó cuando explicó que también los detonadores utilizados son de los que el fabricante Unión Española de Explosivos había vendido a la mina asturiana. Y eso se supo a las 10 horas del atentado. Pero alguno no quisieron entender. Sobre todo porque ese relato aclara que en la misma tarde-noche del 11 de marzo de 2004 había ya una montaña de datos entre los expertos que cuestionaban muy seriamente la presencia de etarras en los atentados, pese a la insistencia en contrario de los portavoces de aquel Gobierno, con su presidente Aznar y su ministro Acebes a la cabeza.

Y entonces los abogados de la teoría de la conspiración de la Sala se lanzaron en tromba contra el comisario y escasa locuacidad. Especialmente el letrado Emilio Murcia, abogado de la Asociación de Víctimas del Terrorismo y también su colega José Luis Abascal, defensor de Jamal Zougam, el del locutorio de Lavapiés donde se compraron las tarjetas pre pago de muchos teléfonos usados por a banda. Era tal el encono de Murcia que parecía que sometía a un duro interrogatorio para incriminar más a alguno de los procesados, lo que hubiera tenido su lógica, dada su condición de acusación particular. Pero no iba por ahí. Hay que remontarse a la comisión de investigación del 11M en el Congreso de los Diputados para entenderlo. Y acordarse del acoso al que sometió el diputado Jaime Ignacio del Burgo a un general de la Guardia Civil, al que logró a hacer llorar, al espetarle que su negligencia en la detección del tráfico de explosivos en Asturias había provocado la matanza. Ahora la avalancha se le venía al comisario por lo errores detectados en la custodia de los restos de explosivos del 11M y su posible contaminación, y al hecho de no aparezca el Titadyne que usa ETA. La razón de aquella y esta escandaleras son la misma. Como los datos no hacen aparecer a ETA en esta tragedia hay una rama de la teoría de la conspiración que sugiere que los servicios secretos de la época y parte de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado estuvieron detrás de la trama para que el gobierno de Aznar quedara dinamitado  en las urnas. Y por eso intentan que de este juicio salgan más dudas que culpables cuando el Tribunal redacte su relación de hechos probados. Al tiempo que alimentan todos los días los titulares de portada de “El Mundo”, “Libertad Digital”, y todos los medios afines en su lamentable juicio paralelo al de la Casa de Campo. A todos ellos el reguero de dinamita que viene de la mina Conchita no les conviene porque no está cargado con dinamita etarra.

RULETA. Quizás el letrado José Luis Abascal deba tener ahora más razones para su encono que al iniciarse la causa. Y sabe que en la Audiencia Nacional se han condenado muchas veces a implicados con muchos menos dedos acusadores señalándoles. Pues ahora son más. Su defendido Jamal Zougam entró el primer día en la Sala con cuatro testigos que le reconocieron en los trenes antes de las explosiones. Y ahora ya son cinco. A veces la declaración de un testigo puede ser como una ruleta rusa. Una mujer apuntaba por su declaración en sumario al implicado Abdelmajid Bouchar, el atleta de medio fondo, como un terrorista al que había visto en un tren dejando una bolsa con explosivos. Pero ahora ha rectificado y su disparo ha ido directo hacia Jamal Zougam, “la cara que he estado buscando desde aquel día horrible”. Pese a todo Jamal sigue impasible detrás del cristal y se permite alguna risa cruzada con el animoso Rafá Zohuier.

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