De Pepiño Blanco a Don José
martes 14 de abril de 2009, 19:11h
José Blanco, que ha sido elegido por José Luis Rodríguez Zapatero para sustituir al frente del Ministerio de Fomento a Magdalena Alvarez, ha dejado de ser el muñeco que el PP y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, usaban para clavarle alfileres y zarandearlo a su antojo cada vez que había que arremeter contra el PSOE o el Gobierno de España. Ahora, es todo un señor ministro que cuenta con el beneplácito de la Administración autonómica.
Es Don José y antes era Pepiño Blanco. Lo que cambian las cosas con el paso del tiempo, y las personas. Después de padecer durante los pasados años los numerosos desencuentros entre Alvarez y Aguirre, quienes se deseaban maldades graciosas que sirvieron de titular a los medios informativos para constatar que se llevaban políticamente como el pero y el gato, el sucesor de la ministra sorprende ahora a propios y extraños e invita a su toma de posesión a la enemiga declarada de su antecesora y compañera de partido.
Hasta la fecha, la Comunidad de Madrid no ha parado de denunciar la asfixia a la que le ha sometido el Ejecutivo de Zapatero por no invertir lo necesario. Zapatero y Aguirre se reunieron tiempos atrás y siempre dieron la sensación de que todo iba estupendo, que se coordinaban a la perfección y que tenían muchos planes conjuntos para desarrollar ambas administraciones. La red de Cercanías, los traspasos de competencias posibles y urgentes, la gestión de los aeropuertos y demás cuestiones relativas a las infraestructuras del transporte, y a las otras, parecían estar en sus cabezas. Pero sólo en sus fantasías porque la paralización de proyectos pendientes es tan evidente que este asunto será, probablemente, uno de los que traten Aguirre y Blanco.
La presidenta, sabedora de que la salida de Magdalena Alvarez tiene mucho que ver con la reprobación que recibió por parte de la gran mayoría de los diputados españoles y con las trifulcas entre ellas dos, ha decidido que la mejor manera de resaltar el despido de un enemigo es loar a su sucesor. Dicho y hecho, se presenta el día que Blanco toma posesión del cargo, le da dos besos, se deja ver por los medios y anuncia que parece que empiezan nuevos y mejores tiempos. Aguirre intuye que la inversión pública es la gran solución de Zapatero para contener el avance del paro y conoce que una buena parte de los millones que pondrá sobre la mesa se lo llevará Fomento, que necesita que sus planes se desarrollen con prontitud. Espera pillar una buena tajada.
Blanco, que siempre ha sido un señor y que cuenta con experiencia en juegos tácticos en política desde su afiliación a Juventudes Socialistas, no tiene de tonto ni un pelo, aunque no posea títulos con los que pasar por los morros a los que dan puntos a los políticos por los cursos cursados, sin darse cuenta que una de las virtudes de la democracia es que cualquier ciudadano puede votar a quien le venga en gana y ser votado incluso para ser presidente de un país. Los conocimientos que no posea uno que no es doctor ni licenciado los tomará prestados de los funcionarios públicos expertos en cada rama del saber, sin necesidad de que los colocados a dedo le calienten los oídos con cantos de sirena sobre sus recién adquiridas facultades.
En fin, que los mismos que se referían a Pepiño Blanco para hacer gracietas y mofarse de sus peculiares características oratorias, ahora le acogen como un divino salvador y le llaman Don José. Siguiendo la letra de aquella melodía popularizada por el famoso payaso Miliki, habrá que saludar la llegada de Blanco a Fomento diciendo “Hola Don Pepiño, hola Don José”, dependiendo de su cariño o despecho hacia el todavía vicesecretario general del PSOE.