El panorama no puede ser más desolador. En una aparente paradoja, que nos obliga a reflexionar sobre la incapacidad de reacción de la izquierda ante una crisis sin precedentes, las fuerzas críticas con el capitalismo ultraliberal, que deberían abanderar propuestas reformistas y aglutinar a electorados golpeados por la hecatombe económica, aparecen divididas, debilitadas, desideologizadas y abocadas en sus países y en Europa a una previsible derrota estratégica.
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Los cuatro grandes partidos más influyentes de la izquierda europea ofrecen un espectáculo lamentable. En Italia, el dominio de
Berlusconi, reconvertido en líder de un partido único de la derecha mas regresiva de Europa, se explica y retroalimenta por la autodestrucción de la izquierda más potente desde 1945 hasta los años 90. El viejo y sabio Partido Comunista Italiano, el Partido de
Enrico Berlinguer y
Antonio Gramsci, se ha mostrado incapaz de transformarse y agrupar en su entorno a una potente fuerza democrática, progresista y reformista, que fuera capaz de orientar y resultar hegemónica frente a las rancias propuestas de la Liga Norte, la Alianza Nazionale de Fini y el populismo del corrupto Berlusconi. ¿Qué ha pasado en Italia? ¿Cómo se ha desvanecido la izquierda? ¿Por qué la pugna y la división interna del Partido Democrático?
El enfermo no tiene mejor aspecto en Francia. La división del Partido Socialista en dos tendencias de similar potencia, su incapacidad para superar el cisma interno y la muerte anunciada del Partido Comunista, han dejado a la izquierda francesa al albur de las maniobras en la oscuridad ideológica de
Sarkozy que pretende materializar una suerte de postmodernismo político proclamando el fin de las ideologías e incorporando a sus gobiernos a personajes de la izquierda social y cultural con al pretensión de desmoralizar a las fuerzas progresistas.
“Sarko” o
“Sarko”. Esa es la cuestión.
En Gran Bretaña, el “
nuevo laborismo” de Blair y su alianza incomprensible con
Bush, arrastran al Labour Party a la oposición en las próximas elecciones generales a pesar de los esfuerzos del actual Prime Minister.
Y, por fin, Alemania. El potente S.P.D., tras un Congreso y una renovación de liderazgo que generó una profunda fractura interna, intenta liberarse desesperadamente del “
abrazo del oso” protagonizado por la C.D.U de la inteligente Angela Merkel ante las elecciones generales del mes de septiembre. La
“grose koalition” entre los democristianos de la CDU y los socialdemócratas ha beneficiado a la canciller
Merkel y, pese a la recesión económica, el partido conservador encabeza los sondeos. Ahora,
Franz Müntefering, líder del SPD, se distancia de los democristianos proponiendo una nueva Constitución adaptada a los alemanes de ex Alemania del Este, o R.D.A., que desde la reunificación, tras la caída del Muro de Berlín, nunca se han sentido realmente partícipes de la Alemania unida. Les ha tocado pagar los platos rotos de los desequilibrios sociales y económicos y no es extraño que La Izquierda de Oscar Lafontaine tenga en la antigua Alemania comunista los mayores apoyos electorales.
Así están las cosas. Es verdad que la izquierda gobierna en España y Portugal, aunque el futuro también resulta incierto. Por lo demás, si nos acercamos a la situación en Grecia u otros países con tradición progresista, tampoco la perspectiva resulta muy alentadora. La cuestión es, ¿dónde está la Internacional Socialista? ¿Para cuando un análisis profundo y riguroso de lo que está pasando? ¿Por qué se ha producido este desastre económico y social? ¿Por qué no se impulsan iniciativas políticas e ideológicas para explicar que la causa del desastre está en el ultraliberalismo y en el capitalismo “real”? ¿Se elaborará un Manifiesto de la Izquierda Europea para las elecciones del 7 de junio? Es preciso explicar lo ocurrido. La izquierda no puede ni debe olvidar la pedagogía política. Otra cosa es que no tengamos respuestas o estemos totalmente desorientados y desconcertados.
Parálisis, desvanecimiento político, desideologización, incremento de la extrema derecha xenófoba, planes y directivas inadmisibles sobre la inmigración e impotencia frente a la crisis. Así no podemos seguir. Pero no parece que nadie atienda las demandas de unas clases sociales que soportan la crisis generada por la derecha liberal. La pregunta es, ¿hay alguien por ahí que nos escuche?