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¡Qué manía con meter en la cárcel a Ibarretxe!

lunes 26 de marzo de 2007, 13:30h
Hay demandas y querellas ante el juez, por muy responsable y respetable que sea quien las formula, que nunca deberían prosperar, en aras del buen funcionamiento de la Justicia. Que el lehendakari Ibarretxe haya de comparecer  reiteradamente ante el tribunal por el ‘delito’ de haberse entrevistado con representantes de la ilegalizada Batasuna, en general, y con Arnaldo Otegi, en particular, frisa lo absurdo. Cuando Otegi se harta de convocar ruedas de prensa -aunque no admita preguntas-, conceder entrevistas a periódicos señeros y a emisoras de radio autonómicas  públicas, de almorzar con políticos de otras formaciones, de encabezar manifestaciones, ¿tendremos que pedir al jefe del gobierno vasco que sea el único que no puede hablar con Batasuna?

Que la formación independentista y proetarra esté ilegalizada, y bien ilegalizada, por su mala cabeza es una cosa; que se le obligue al trato de apestada, otra. Y que el hombre que ha ganado las elecciones en el País Vasco no pueda reunirse con quien representa a una parte de ese electorado, aunque esa formación no pueda actualmente concurrir a las elecciones, podría interpretarse, incluso, como una limitación en las obligadas responsabilidades de un lehendakari. Porque entre estas obligaciones se halla la de conocer los estados de opinión de todos aquellos que dicen representar, de una u otra manera, a un sector del cuerpo social y político vasco.

Que organizaciones que ya he calificado como muy dignas quieran meter en un lío judicial a Ibarretxe por sentar en un sofá de Ajuria Enea a Otegi es algo que demuestra hasta qué punto de hostilidad total hemos llegado entre las partes que buscan, cada una por sus propios métodos, la resolución de lo que dio en llamarse el conflicto vasco. Ni se pueden pedir casi cien años de cárcel para un etarra por haber escrito dos artículos en Gara -por muy lamentable que sea el personaje De Juana Chaos-, tratando de impedir que salga de prisión tras haber cumplido una pena alarmantemente pequeña por sus crímenes, ni se puede intentar encarcelar a Otegi en contra del criterio de la fiscalía -por muy malo que nos parezca este criterio-, ni, yendo aún más lejos y en distinto plano, se puede irritar a los nacionalistas con un maltrato injustificado al lehendakari. Nos guste o no la trayectoria de este lehendakari.

La falta de una política firme y coherente a la hora de ‘tratar’ con el mundo filoetarra y con la propia ETA es lo que propicia tantos dislates. Si está en vigor la ley antipartidos, manténgase en todos sus extremos. Si es conveniente derogarla o reformarla en parte, hágase, que es al fin y al cabo el Gobierno de Zapatero quien tiene la responsabilidad de conducir el proceso, guste o no a los manifestantes de turno. Lo que resulta altamente inconveniente es mantener teóricamente una ley y no aplicarla, variar los criterios sobre qué se puede y debe o no hacer casi cada día, tratar de influir sobre los jueces y los fiscales a base de órdenes contradictorias o lanzando a las puertas de la Fiscalía a manifestantes airados.

Comprendo que suene a repetitivo, pero es cada día más urgente un consenso básico entre los principales partidos de oposición en materias tan altamente sensibles como la organización territorial, el trato con los nacionalismos o el combate contra el terrorismo, entre otros temas que atañen a la buena marcha del Estado. Lejos de ello, seguimos con la patada al del otro bando, las rencillas de patio de colegio –usted no va a Telemadrid, yo no quiero nada con Prisa- y el electoralismo de la peor especie. Y, mientras, Otegi, y hasta Ibarretxe, muertos de risa ante los togados. Y lo peor es que hasta tienen razón: todo esto no hace otra cosa que favorecer el victimismo ancestral del Partido Nacionalista Vasco y, por supuesto, da munición a quienes se colocan fuera del sistema para seguir atacándolo.
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