Buena parte de España ha estado de puente desde el pasado jueves. El Gobierno sabe cuándo debe hacer sus anuncios más pesimistas, incluyendo las subidas de impuestos. Y Madrid, ese Madrid plagado de turbulencias, de cenáculos y de mentideros, también ha estado de puente: el viernes era un buen día para que el Ejecutivo, que era de los pocos que trabajaban en la capital, anunciase unas previsiones económicas desde luego mucho más pesimistas que las que el propio Gobierno nos daba un par de semanas antes. Y, además, subidas de los impuestos de los carburantes y el tabaco. Y ahora ¿qué?
Tengo para mí que esta semana que comienza ahora registrará las primeras reacciones corporativas ante estas medidas adoptadas por el equipo de Zapatero menos de una semana después de haberse celebrado las elecciones europeas: porque, desde luego, y al margen de una entrevista periodística de Mariano Rajoy, poco es lo que las gentes del Partido Popular han dicho en estos días de puente festivo para muchos, de cierta galvana política para todos.
Yo diría que ahora, este lunes, comienza otra etapa en la carrera entre José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Las dos españas que no acaban, ay, de aproximarse. Con soluciones cada vez más distanciadas –al menos, en apariencia--, con tácticas y estrategias diferentes, PSOE y PP empiezan ya –ya mismo—otra precampaña electoral que tiene dos fases: Cataluña, en otoño del año que viene, y las autonómicas y municipales de 2011. Ya se ha dicho que los ‘populares’ hablan mucho estos días con los nacionalistas catalanes, y viceversa, en busca acaso de un pacto que desaloje de la Generalitat al tripartito que encabeza José Montilla; no será fácil lograrlo, pero los tiempos del ‘pacto del Tinell’ están ya lejos y es, al menos, posible. Sería toda una baza para Rajoy, cuyo partido, que tantos disgustos le da, logró ya pactar en el País Vasco, pese a sus magros votos, con los resultados conocidos: buenos resultados, sin duda, dado, ya digo, el no excesivo éxito electoral que obtuvo el PP vasco.
Pero si el Gobierno ha tratado de ganar tiempo y evitarse críticas estos días de puente, la oposición también ha tratado de evitar los golpes judiciales y mediáticos que se le echan encima: cierto que hay acusaciones de corrupción mutuas, aunque amplificadas de manera distinta. Pero qué duda cabe de que la patata más caliente responde al nombre de Luis Bárcenas, el tesorero del PP contra quien Hacienda y la Fiscalía Anticorrupción han encontrado indicios de presunto delito, y cuyas justificaciones para explicar sus movimientos de capitales resultan tan endebles.
En sus declaraciones de este domingo a la prensa, Rajoy se ha mostrado demasiado ambiguo sobre este asunto: hay que esperar a las decisiones judiciales, dice. No se esperó tanto en otros casos anteriores. Pero, claro, Bárcenas es ya caza mayor. Y algo va a pasar en el corazón del ‘cuartel general’ de la sede ’popular’ en Génova. Si Rajoy quiere realmente tener posibilidades de sentarse en el despacho principal de La Moncloa tiene que hacer algo más que criticar (provisto de muchas y buenas razones, admitámoslo) los fallos del Gobierno: tiene que liderar las crisis en el seno de su partido, ponerlo a punto para afrontar las batallas electorales que se avecinan, acabar con algunas rencillas intestinas. Y, desde luego, tiene que estar seguro de que no tendrá que sonrojarse si los jueces –que, por cierto, van a ver fracasadas las aspiraciones de algunos a hacer huelga—producen alguna decisión incómoda para los intereses del PP. No será atacando al estamento judicial, como hicieron algunos candidatos del PP en los pasados mítines, como se solucionen las cosas.
Resulta duro, y posiblemente ocioso, decírselo a ambos, pero tanto Zapatero como Rajoy tienen, a partir de ahora, que dar algunos puñetazos sobre sus respectivas mesas; y después, tomar algunos acuerdos conjuntos. Me temo que ni una cosa ni, menos aún, otra.