Dice el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua que orgullo es “arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas”. Dicho así, orgullo de casi nada y menos aún de lo que nos es dado, de lo que no hemos hecho con nuestro propio esfuerzo.
Pero si tengo que estar orgulloso de algo, “por nacer de causas nobles y virtuosas”, se me ocurren muchas cosas:
Orgullo de Vicente Ferrer –cuya muerte ha ocupado, inmerecidamente cien veces menos espacio que la de Michael Jackson, pero cuya vida fue infinitamente más importante- y su gran obra en la India, porque el legado de su inmensa fe en Dios y en la bondad del hombre nunca morirá.
Orgullo de tantos misioneros católicos españoles que, como él, ponen cada día la dignidad del hombre en primera persona.
Orgullo de Cáritas y de tantas entidades católicas y no católicas que están tapando los “agujeros negros” de la incapacidad del Estado y de la crisis.
Orgullo de las viudas de las víctimas de ETA que no se callan ante las bombas malditas de ETA ni ante las presiones de políticos míseros que las preferirían calladas para siempre y que ni siquiera les dejan la palabra.
Orgullo de quienes apuestan por la vida y se resisten a una sociedad en la que el aborto y la eutanasia sean derechos, mientras pierde fuerza y amparo legal el derecho a la vida de los no nacidos y de los ancianos.
Orgullo de una lengua, el castellano o español, que va ensanchando sus fronteras y sus límites y que pronto hablará el 10 por ciento de la población mundial. Una lengua para el entendimiento, el acercamiento, la hermandad.
Orgullo de las familias que luchan por sacar adelante a sus hijos en momentos de crisis y que tratan de enseñarles valores de solidaridad, esfuerzo, compañerismo, dignidad.
Orgullo de quienes buscan un futuro mejor a través de la educación; de los profesores que no son guardadores de niños y adolescentes sino maestros. Orgullo de los buenos investigadores que luchan por descubrir fármacos que ayuden a una vida mejor para todos los que sufren.
Orgullo de políticos como Patxi López que son capaces de jugarse la vida desde la honestidad y el sentido común, tendiendo puentes y buscando la paz, y de los que, como él, ponen el interés de los ciudadanos por encima del interés del partido.
Orgullo de todos los que luchan por la libertad y los derechos humanos en Irán, Irak, China, Cuba, Sahara y tantos otros países donde los derechos de las personas valen poco y donde los que padecen la injusticia no encuentran el apoyo de los que se dicen defensores de la paz.
De todo eso siento un legítimo orgullo.