La vida de Rayán
miércoles 15 de julio de 2009, 16:54h
Rayán falleció por un error cometido por una enfermera que iniciaba ese mismo día su periplo laboral en la Unidad de Neonatología del Hospital Gregorio Marañón. El alimento que debía haber ingerido por vía nasogástrica lo recibió en vena. La leche entró en contacto con la sangre y el bebé de dos semanas de vida la perdió por esta negligencia asistencial.
Antes de nacer ya las pasó canutas. A su madre, Dalilah, se la llevó la Gripe A. La primera fallecida en España por esta nueva enfermedad no fue atendida en las condiciones que su marido, Mohamed El Huarachi, hubiese deseado, ya que antes de ser ingresada fue rechazada en tres ocasiones por el centro médico que la vio morir y en el que perdió la vida su hijo. Su madre murió un día después de nacimiento y él, Rayán, tuvo que salir antes de lo debido.
Estuvo en un vientre repleto de líquido amniótico sólo 28 semanas y al nacer pesó poco más de 400 gramos. En tan pocos días de vida ha perdido a su madre, a la que se practicó una cesárea para el alumbramiento de su bebé, ha conocido un hospital y fue asistido por última vez por una enfermera tan joven e inexperta en tantas cosas como su progenitora, debido a sus pocos años. También en el cuidado específico de los pacientes ingresados en la Unidad de Neonatología.
Los expertos dicen que la especialización es vital para trabajar en este campo de la medicina. No es el caso de la enfermera contratada por el responsable de estas cuestiones en el Gregorio Marañón. Alguien debería conocer estas cuestiones a la hora de programar el trabajo y establecer las pericias y conocimientos de los trabajadores de Neonatología.
Es conocido por muchos que una enfermera, hasta que consigue un puesto estable y fijo, recorre los distintos departamentos de un hospital atendiendo a las necesidades del servicio de cada centro médico y no a las de las personas ingresadas en cada una de las áreas clínicas del mismo. No es cuestión de repartir culpas entre todos para que la cuestión a debate se diluya y todo quede centrado en las medidas futuras para impedir que haya más muertes por errores médicos.
La inexperta en Neonatología fue la que se equivocó al confundir las vías de alimentación, pero no la responsable de que alguien sin entrenamiento concreto esté atendiendo a niños que tienen que tener garantizado que todo lo que se haga con ellos se realice en las mejores condiciones, con las últimas tecnologías y con el personal más dotado y con mejor formación específica.
Todo esto ha pasado en la vida de Rayán, tan corta e interrumpida tan anómalamente, y casi todo ha sido muy poco grato. Su recuerdo ha de servir para que, además de pésames y condolencias, los que tienen responsabilidades en el Gobierno regional nos den alguna alegría útil pensando en el futuro.
La vida de Rayan duró nada y nada puede ser lo que se obtenga si las lagrimas por su muerte no nos dejan ver la realidad de la Sanidad Pública, carente en muchos departamentos de personal estable y de profesionales bien entrenados para el cometido encomendado.