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A La Pedriza, pero poco tiempo

A La Pedriza, pero poco tiempo

miércoles 29 de julio de 2009, 12:34h
Un prestigioso economista comentaba hace unos meses, en público, que en la Gran Depresión de los años 30 la gente no estaba tirándose de los rascacielos a todas horas, la mayoría tomaba sus cafés, cogía el tranvía y hacía una vida relativamente normal. Al margen de denotar un sentido del humor de agradecer (sí, hay académicos y altos cargos que no son siempre ceñudos hombres grises), el ponente trataba de hacer ver a su audiencia que nos encontrábamos a las puertas, o inmersos ya, en una severísima crisis económica, aunque no se estuvieran produciendo sucesos sangrientos. Y así es.

   Ahora, quien más quien menos se plantea revivir las vacaciones de sus padres (o de sus abuelos, en el caso de los más jóvenes) en La Pedriza, con la mesa plegable, la tortilla y los escalopes caseros. El miedo a perder el puesto de trabajo se ha instalado entre los que lo tienen, como así lo demuestra una reciente encuesta que revela que el 65% de los trabajadores españoles teme perder su empleo. Con lo cual, el ahorro se está disparando (por motivo precaución, que dicen los economistas) y eso a su vez, al generalizarse entre la población, dificulta la recuperación porque el consumo se retrae, las empresas venden menos, con lo que despiden trabajadores, cuyo consumo se hunde y ahí tenemos liado un círculo vicioso, o una pescadilla que se muerde la cola, de difícil solución.

   Este economista que escribe, y que asistió como oyente a las conferencias antes mencionadas, ha aprendido que la economía, además de ser una ciencia para nada exacta, se basa en buena medida en las expectativas, en lo que los agentes económicos –y todos lo somos- piensan que va a pasar. Y para desenroscar la pescadilla es necesario que vuelva la confianza, que los consumidores no tengan miedo a consumir, que los empresarios produzcan sin temor bienes y servicios para esos consumidores y que los bancos se arriesguen un poco más y financien proyectos empresariales sin exigir garantías desorbitadas.

   Hablamos de un reto global: políticos, empresarios, trabajadores, banqueros, periodistas y hasta pastores de las distintas iglesias deben aunar esfuerzos para refundar una economía y una sociedad prósperas y más consistentes.

   “Ni antes éramos tan listos, ni ahora somos tan tontos”, le oí decir hace poco a un sabio camarero. Pues eso, a la faena, que para mañana es tarde.




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