La lógica económica de Rodríguez Zapatero es de un surrealismo perturbador e inquietante. Llevada a su extremo, concluiría con todos los ciudadanos ociosos, pero subvencionados, sin que nadie sepa de dónde sacar el dinero para semejante dispendio.
En eso, claro, cuenta con el apoyo inestimable de unos profesionales del sindicalismo, más preocupados de mantenerse en sus lucrativos cargos que en buscar empleo a una mayoría de trabajadores que no pertenecen a sus sindicatos.
De ahí la necesidad de una reforma laboral: no para facilitar aún más los despidos -que ahora ya se producen de forma masiva, con la aquiescencia cómplice de las silenciosas centrales sindicales-, sino para fomentar la creación de puestos de trabajo.
Lo más perverso de todo consiste en considerar el paro como otra alternativa laboral más que debe tener un sueldo vía INEM. Éste jamás será suficiente: dada su precariedad, la existencia de nuevos parados, la caducidad de las ayudas… ¿Por qué, pues, no dar los 420 euros -e incluso más-, no directamente a los parados sin prestaciones, sino a empresas para que los contraten y se los paguen como salarios?
Sólo se trata de una hipótesis, ya que lo importante, insisto, es crear trabajo y no aumentar el inagotable número de subsidiados. De no hacerlo así, entraremos en una espiral de gastos improductivos que sólo pueden conducir al colapso final: pan, pues, para hoy, pero hambre para el día de mañana.