Llega un momento en que los personajes arrogantes muestran su vulnerabilidad, sin que ellos se den cuenta, y es en el momento en que denuncian que son objeto de persecución. Aunque el humor judío ha acuñado el pensamiento de que "todo aquél que sufre manía persecutoria, tiene razón", los perseguidos auténticos nunca tienen tiempo de contraer la manía persecutoria, puesto que están tan concentrados en resolver los problemas o en salvar la vida, que no les queda mucho tiempo para especulaciones psicológicas.
Berlusconi ya ha llegado a ese punto en que la realidad tropieza con el complejo de superioridad, y el soberbio, extrañado de que la realidad no se someta a su capricho o a sus directrices encuentra la explicación de todo: hay una persecución en su contra. En el ámbito doméstico basta con repasar los acontecimientos de personajes y personajillos de los últimos veinte años y no ha habido ninguno que, antes del derrumbamiento, no fuera diciendo por todos los micrófonos y ante todas las cámaras que se le pusieran por delante, que era objeto de una persecución. Incluso Rajoy se ha dado cuenta de este principio, y ya ha dejado de mencionar la conspiración contra el PP, menos mal para el PP y para él.
Berlusconi lleva ya gastados más de doscientos millones de euros en abogados, o sea, que se trata de una manía persecutoria apreciable, al menos para cualquier otra economía. Y esa manía lleva consigo otra molestia no menor, y es la insoportable comprobación de que siendo protagonistas estupendos y maravillosos haya tantas personas que no se hayan dado cuenta. Pero hay algo peor que la manía persecutoria y es cuando el enfermo descubre que los conspiradores han podido con él y han logrado sus objetivos.