Que el desgaste y descrédito del equipo gobernante signifique la llegada al poder de la oposición alternativa no es un hecho matemático. Mucho menos lo es que quien ostenta la titularidad de candidato de dicha oposición en cierto momento vaya a ser transportado a La Moncloa por el simple deseo o necesidad de recambio. La tesis de
Mariano Rajoy de que si se celebrasen elecciones en la actualidad él presidiría el Gobierno, por lo que supone unos puntos de diferencia favorables en las encuestas, es, cuando menos, una hipótesis muy discutible.
Dicha hipótesis menosprecia el enorme impacto que en unas elecciones añade o resta el atractivo o el rechazo del candidato. Muchos partidos han equivocado las contiendas electorales por no acertar en la elección del candidato idóneo. No solo la Presidencia del Gobierno sino a cualquier alcaldía y a los escaños en cualquier pequeña jurisdicción donde las listas cerradas no puedan colar una personalidad sin el perfil adecuado, todos los expertos saben cómo pueden alterarse los resultados por las condiciones personales y el crédito político de un candidato. En España son muchos los alcaldes que son apreciados por encima de su filiación partidista y sobrenadan sobre sus tendencias ideológicas. En los cargos en que la función se individualiza tanto como en la Presidencia de un Gobierno los votos del electorado oscilante están condicionados por la personalidad del candidato.
.png)
En la actual coyuntura las condiciones principales de un candidato para añadir y no restar a las posibilidades de su partido son cuatro. Primera: aparecer radicalmente limpio de toda sospecha, contacto o tolerancia con la corrupción. Segunda: tener una previa capacidad de pacto que permita suponer que pueda complementar su fuerza parlamentaria en caso de no obtener la mayoría absoluta. Tercero: Presentar un programa socioeconómico sólido y concreto frente a la crisis. Cuarta: poseer un gancho electoral más allá de la devoción interesada de los cuadros asalariados de su partido. Sobre estas cuatro condiciones debe valorar la oposición las expectativas de su candidato ya que, si no las mide adecuadamente, puede estar haciendo oposición contra sus propias expectativas. No puede ser superior el aprecio popular a un partido al de su candidato sino que la imagen del candidato debe poseer una capacidad de captación de electores superior al voto fielmente comprometido de su partido.