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Hay razones para el optimismo

Hay razones para el optimismo

domingo 15 de noviembre de 2009, 18:45h
El acuerdo está hecho, tanto vertical dentro del PP como transversal con las otras fuerzas políticas. Sólo Rodrigo Rato podía concitar tan variados y heterogéneos apoyos, hasta el punto de que se tiene la sensación de que hay incluso prisa porque acepte y sea cuanto antes presidente de Caja Madrid, nada menos que la cuarta entidad financiera de España, con el apoyo obviamente del PP, pero en las últimas horas ya de todas las fuerzas políticas, incluso el PSOE, porque es general el criterio de que, con Rato como presidente, Caja Madrid podría afrontar una extraordinaria etapa. Tal es, en estos momentos, la fuerza de la imagen personal de Rodrigo Rato que el debate ahora en torno a su nombramiento como presidente de Caja Madrid no es, como parecería natural, entre los favorables o desfavorables al mismo, sino entre los que quieren verle al frente de la Caja y los que preferirían verle como candidato a la presidencia del Gobierno. Sin embargo, en las últimas horas han surgido algunas versiones según las cuales el verso suelto o la ficha loca de las negociaciones que deben concluir con Rato en la presidencia de Caja Madrid puede ser el polémico “faraón”–alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón.

Hay quienes indican, por ejemplo Jesús Cacho –quizá el periodista económico más leído e influyente de nuestro país– que, “en el juego de poder e intereses en que se ha convertido el asalto a Caja Madrid, la posición del alcalde madrileño es cualquier cosa menos clara”. Y afirma Cacho, sin rodeos, por lo directo, que “Rato nunca ha sido el candidato de Gallardón a la presidencia de la entidad”. Para decirlo claramente, como muchos otros observadores cercanos de la batalla de Caja Madrid, ve a Ruiz-Gallardón muy lejos de una operación en apoyo de Rato, sino únicamente centrado en su objetivo esencial de complicar las cosas y debilitar políticamente a su gran antagonista, Esperanza Aguirre. En todo caso, lo que tenga que suceder, sucederá ya muy pronto. Si unas semanas atrás, el propio Rodrigo Rato no parecía claramente interesado en asumir la presidencia de Caja Madrid, la percepción de ahora mismo es que puede haber aceptado la situación y estaría ya preparando un desembarco que diera resultados espectaculares en muy pocos meses.

Lo cierto es que, por vez primera no ya en años, sino en décadas, quizá incluso desde el inicio de la etapa democrática, los grandes centros de decisión y los principales líderes del mundo financiero español, siempre hasta ahora deliberada y prudentemente estancos no ya a la penetración sino incluso a la tibia incidencia en las grandes decisiones políticas, parecen haber llegado a la conclusión de que “así no se puede seguir”, y que la perspectiva de seguir más años bajo el extravagante modelo de gestión estrictamente política de la economía, característico del presidente Rodríguez Zapatero, no sólo debilita seriamente las posibilidades y opciones de la economía española, y retrasa seriamente la salida del foso profundo de la crisis, sino que puede acabar generando muy graves y duraderas consecuencias.

Pero naturalmente, el desembarco cada vez más probable de Rodrigo Rato en la presidencia de Caja Madrid dejará al país sin la alternativa más potente y con mayor respaldo, que sería precisamente la de Rato como candidato a la presidencia del Gobierno. En los altos círculos financieros y empresariales, preciso es reconocerlo, Mariano Rajoy está muy lejos de suscitar la confianza y respaldos que rodean a Rodrigo Rato. En los últimos días, los reiterados y crecientes rumores de que “José María quiere volver” –en referencia al ex presidente Aznar– se alimentan precisamente de la amplia desconfianza hacia la capacidad o posibilidades de Rajoy para acorralar a Rodríguez Zapatero, forzar unas elecciones anticipadas, pactar con las restantes fuerzas políticas y levantar una alternativa consistente. 

Naturalmente, la pregunta del millón es si existen en España los mimbres para levantar esa alternativa. La mayoría de los observadores se distribuyen entre el pesimismo y el escepticismo. Otro comentarista económico también muy leído decidía esta semana buscar alternativas optimistas, ciertamente difíciles en los tiempos y circunstancias actuales, y acudía para ello a un gran amigo personal y antiguo compañero de este modesto observador, el ingeniero y antiguo ministro centrista Jaime Lamo de Espinosa, que siempre tuvo y mantiene una inclinación a buscar, con seriedad y realismo, pero con gran voluntad, los aspectos buenos o positivos de cualquier situación.
 
Jaime Lamo acude, para su enfoque positivo, a una frase naturalmente extraordinaria del tan admirado pensador Julián Marías: "España es un país formidable, con una historia maravillosa de creación, de innovación, de continuidad de proyecto... Es el país más inteligible de Europa, pero lo que pasa es que la gente se empeña en no entenderlo". Hay mucho de verdad en esto, porque, como subraya Lamo de Espinosa. “es público y notorio el placer que sentimos los españoles en auto fustigarnos, si bien es cierto que últimamente razones no nos faltan: estamos a la cola de Europa en muchos indicadores, nuestra economía es un desastre, el paro se dispara y la influencia exterior decae, por no hablar de nuestra decepcionante clase política. Pero, ¿es eso todo lo que hay? ¿Cómo es posible que estemos entre las diez mayores economías del mundo si parecemos tan torpes? 

Me perdonarán los lectores que recoja y suscriba algunas afirmaciones del admirable artículo de mi buen amigo Jaime Lamo. Afirma, en primer lugar, algo que es verdad y de lo que debiéramos sentir legítimo orgullo. Y es que los datos evidencian que “somos un país sólido con una administración potente”. Fuimos de los primeros, o el primer, estado moderno del mundo y seguimos siendo uno de los más eficientes. Así, en el momento actual, criticaremos naturalmente lo que hace el Presidente del Gobierno, pero incluso bajo un mal Gobierno, el Estado funciona con razonable eficacia.

Y así sucede que nuestra economía sigue siendo –aunque quizá no por mucho tiempo, si unas elecciones anticipadas no lo remedian– la octava economía del mundo, y una economía muy abierta. Somos el sexto país que más inversiones recibe del mundo y el segundo inversor en Latinoamérica después de EE.UU. Somos muy competitivos en banca, alimentación, aeronáutica, biotecnología, construcción e ingeniería, y tenemos la segunda mayor capacidad instalada del mundo en energías renovables. Hemos padecido, es verdad, la “burbuja inmobiliaria”, pero también son incontables las compañías españolas que se han extendido por el mundo, gigantes como Telefónica, Santander, ACS, OHL… pero también muchas de nuestras PYMES.

Y nos recuerda también Lamo de Espinosa que somos un país fantástico para vivir: ocupamos el puesto 15 en el último Índice de Desarrollo Humano publicado por las Naciones unidas, por delante de países como el Reino Unido, Italia o Alemania y somos el destino preferido para trabajar de la UE. Nuestra expectativa de vida es de las más altas del mundo, 80 años, por encima de EE.UU. o Reino Unido, y según UNICEF, España es el quinto país del mundo en bienestar infantil, sobre factores como salud, pobreza o lazos familiares. Tenemos uno de los mayores porcentajes de la OCDE de estudiantes universitarios, quizá con muy pocas universidades españolas en los rankings de las mejores del mundo, pero somos el único país de Europa con tres escuelas de negocios entre las “top” mundiales, lo que proporciona a nuestras empresas ejecutivos de primera clase que han ayudado a la internacionalización de nuestras compañías.

España tiene asimismo una formidable red de infraestructuras, con la mayor red de autopistas de los países grandes de Europa y  con una red de trenes de alta velocidad que será dentro de pocos años la mayor del mundo, por delante de la francesa o la japonesa. Así que nuestra imagen global es mejor de lo que pensamos y lo que ahora necesitaríamos sería un Gobierno competente, capaz de asegurar buenos servicios públicos, bajar los impuestos, mejorar la educación y frenar la inflación. ¿Tenemos un mal gobierno? Cierto. ¿No está cumpliendo su papel? Cierto también. Pero como escribe Lamo de Espinosa, “la sociedad siempre tiene la última palabra(…) es la misma sociedad civil, cada uno de nosotros, los que debemos ocuparnos, superar las glorias y miserias del pasado y dedicarnos a mejorar nuestro futuro”.
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