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Esos tertulianos...

Esos tertulianos...

jueves 25 de febrero de 2010, 12:56h
Un periódico de gran tirada ha arremetido estos días contra ciertas tertulias televisivas y contra los tertulianos que las pueblan. No sin cierta irritación, este diario madrileño acusa de “ultras” e “ilegales” a algunos de estos programas de las televisiones digitales terrestres, y se permite pedir su cierre. Se ha abierto, así, una importante controversia subterránea en el mundillo mediático español, precisamente en torno a la popular y peculiar fórmula de las tertulias periodísticas.

Quien suscribe, que participa como tertuliano –y a mucha honra- en varios programas radiofónicos y televisivos, no puede sino lamentar que desde un órgano de expresión se pida el cierre de otros medios, que se tapen algunas bocas. Comparto, lo admito, la idea de que algunas de estas tertulias y, desde luego, varios de esos tertulianos, tienden a expresar opiniones demasiado extremadas, carentes muchas veces de la suficiente información y exentas siempre de la más mínima ponderación.

Me rebelo también ante ciertas prácticas, que consisten en situar en un programa a periodistas de la misma ideología, si acaso con la variedad de una minoritaria ‘guinda roja’, a la que el propio moderador/provocador ideologizado se dedica a hacerle la vida imposible. Pero me rebelo aún más ante la idea de vetar algunas opiniones, por mucho que discrepe de ellas, o de callar algunas voces, por más desagradables que me sean.

Pero no menos me desagradan quienes, por aquello del ‘share’, se complacen enfrentando a periodistas, o pseudoperiodistas, los más radicales de opuestas ideologías, azuzándoles para que se digan barbaridades que escandalicen a la audiencia y la mantenga fija ante el televisor; el periodismo espectáculo es, pienso, uno de los mayores daños que se pueden infligir a la libertad de expresión y a la veracidad de la información, porque esos ‘azuzados’ se ven en la obligación, para mantenerse en la parrilla de programación, de tirar la piedra más lejos que nadie. Sobre todo, más lejos de la realidad que nadie. Hay que escandalizar, convertirse casi en émulos algo (no mucho) ilustrados de ese tal ‘Cobra’, personaje zafio y brutal, a quien nadie parece haber visto en su programa estelar, pero de quien todos hablan. Me dirá usted que exagero: si así lo cree, no se pierda algunas rebatiñas encarnadas por sedicentes profesionales de la información en platós televisivos diversos.

Y, así, vemos que programas falsamente informativos centran sus peleas gritonas en que si un dirigente de un partido ha sido sorprendido conduciendo con una tasa de alcohol superior a la permitida, o en que si Rosa Díez dijo, en una entrevista televisada, que Zapatero es “gallego, en el sentido más peyorativo del término”. Y así, en torno a temas de tanto ‘calado’, se desempeñan y se desgañitan algunos de nuestros ases de la comunicación, como si no hubiese cuestiones que, esas sí, abrasan al país y lo tienen en vilo. Pero lo importante, ya se sabe, es enemigo de lo interesante, y esa máxima se practica a fondo en muchas de nuestras televisiones y en no pocas de nuestras redacciones.

Pese a todo, imposible compartir esas generalizaciones que nos consideran, a todos los que no participamos en los programas de ‘ellos’, unos “ultras” a los que se debería silenciar. Tengo mis reservas sobre unos y otros –no me extraña el desprestigio que las encuestas nos achacan a los periodistas--, y siento una honda preocupación ante la ‘ley de la selva televisiva’ que acabará ahogándonos. Pero cada día me cala más hondo aquella frase del ‘premier’ británico: “yo, que aborrezco lo que usted dice, daría la vida para que usted pueda seguir diciéndolo libremente”. ¿No es acaso una hermosa leyenda para el deteriorado frontispicio de la tolerancia? 


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