Pacto anticris.- Fabricio Potestad, exconcejal de Sanidad por el PSN en el Ayuntamiento de Pamplona
Desde que Popper rompió con la ingenua creencia neopositivista en la neutralidad de los hechos, en la pureza de lo dado, y defendió que toda propuesta política está cargada de convicciones apriorísticas, hay que admitir que todo análisis es realizado desde presupuestos que impurifican los hechos realmente observados, por lo que la creencia parece estar inevitablemente presente en cada proposición política. Al falsacionismo popperiano, Feyerabend añadió que la ciencia política está hecha de conjeturas, es decir, de prácticas en las que intervienen, junto a la razón, determinaciones morales, personales, electorales y culturales inherentes al código ideológico y normativo del partido que las sustenta. La política, en este sentido, es inevitablemente un producto social contaminado y grosero que tiene como mucho una fiabilidad relativa. El político está, por tanto, condenado a elegir y utilizar prácticas que intrínsecamente no pueden ser absolutamente verificadas. Cada decisión tiene a lo sumo una vigencia provisional, siendo su mayor validez relativa y circunstancial, lo que equivale a decir que la propuesta de un conjunto de medidas destinadas a solventar la crisis económica, sea cual sea, es inaccesible a una representación acabada y definitiva en cuanto a eficacia se refiere. Todo esfuerzo en este sentido, en función de las variables contempladas, es relativo y limitado. Una propuesta definitiva y absolutamente eficiente sólo tendría sentido si pudiese ser contemplada, como dice Münchhausen, desde fuera del mundo, es decir, situada en el ojo de Dios, pero esa mirada no le está permitida al ser humano.
El racionalismo flota indefectiblemente sobre un fondo irracional, por lo que la acción política se argumenta a posteriori, reposa sobre decisiones que no son otra cosa que concesiones a la sombra. La política es, en consecuencia, un producto subjetivamente contaminado que se sustenta inevitablemente en premisas y en resultados. Las tesis políticas son fruto del contexto, adecuadas al contexto y sólo pueden ofrecer soluciones contextuales, lo cual es necesario tenerlo en cuenta a la hora de establecer un determinado plan anticrisis.
Sin duda, la relatividad y la limitación de la ciencia política representan un importante apoyo a las tesis pragmatistas según las cuales los fenómenos pueden ser interpretados de diferentes maneras, ninguna absolutamente verdadera y todas posiblemente convincentes. Pero precisamente esta miseria filosófica nos debe llevar a la conclusión de que en situaciones de extrema gravedad, como acontece con la actual crisis financiera en la que hay ya más de cuatro millones de parados, es éticamente necesario llegar a un pacto entre todas las fuerzas políticas.
Las ideologías son construcciones idealizadas, sacralizadas en muchos casos y socioculturalmente contaminadas, cuyas propuestas prácticas, aunque apuestan sobre todo por los resultados más o menos previsibles, no gozan de suficiente validez y fiabilidad epistemológica ni ofrecen garantías en su aplicación, es decir, están siempre sujetas a un margen de error. Sin embargo, aunque no podemos negar que el abuso ideológico o exceso de especulación intelectual y dogmatizante de ciertos sistemas de ideas encorsetan la acción política, razón por la que sin más dilación debemos celebrar el funeral de tales exageraciones, ello no implica necesariamente la muerte de las ideologías, pues aunque sólo sea para defender la libertad individual, la laicidad del Estado, la extensión de los derechos civiles, la regulación de la economía de mercado, la preservación de las prestaciones sociales y la defensa de la democracia, como insustituible regla de juego, legitima la ideología en la se que sustenta, por ejemplo, el socialismo democrático. Por ello, aunque es necesario considerar exhaustivamente los resultados de una acción política, no pueden despreciarse los principios ni los valores, pese a que ciertamente son demasiado resbaladizos. Feyerabend llega a decir incluso que las ideologías son mucho más semejantes al mito de lo que los partidos están dispuestos a reconocer. Sin embargo, pese a su inconsistencia epistemológica, parece más razonable que la acción política se base tanto en principios y valores como en la previsión de los posibles resultados.
Hecha esta digresión que nos remite a un inevitable recato ideológico, sorprende que el PP, en un momento económico tan dramático como el actual, opte por rehuir el consenso y adopte una peligrosa estrategia de descalificación sistemática del gobierno socialista, al que atribuye, con tal de destruir su imagen, todas las ineptitudes posibles. Esta inicua sinrazón, que se rige por fuerzas ajenas a la objetividad, tales como la defensa de sus propios intereses y su desmesurada ambición, tiende a bloquear sistemáticamente el más mínimo atisbo del pacto que clamorosamente reclama la sociedad. Curiosamente, cuando uno lee las líneas directrices que unos y otros partidos proponen como medidas anticrisis, se encuentra con la sorpresa de la gran coincidencia de todas ellas, que en síntesis son: incentivar la inversión productiva y el consumo, reducir el déficit y la deuda pública, practicar la austeridad presupuestaria, invertir en I+D+i, flexibilizar el mercado laboral sin que esto suponga un recorte de los derechos de los trabajadores y, una vez rescatadas las entidades financieras, agilizar la política crediticia.
En conclusión, si nos dejamos llevar por las exageraciones ideológicas y los intereses electorales y partidistas, si se busca el poder como fin, caminamos hacia la indiferencia moral y hacia la sequía solidaria, pues lo que está en juego no es sólo el gobierno de turno o el país, sino, sobre todo, las personas que sufren la terrible injusticia social que supone el desempleo y la marginación social.