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Carmelo Cunchillos

Carmelo Cunchillos

martes 13 de abril de 2010, 09:20h
Ha fallecido en Logroño un gran paisano de Quintiliano, Carmelo Cunchillos Jaime, catedrático de filología inglesa de la Universidad de La Rioja. Por ser paisano de Quintiliano, un genio en retórica - esa disciplina hoy  despreciada, salvo por los publicistas que ven en ella a la  auténtica madre de sus eslóganes-, nació, pues, en Calahorra (La Rioja). Durante una década larga, fui compañero de trabajo de Carmelo Cunchillos en el entonces Colegio Universitario de Logroño, que luego ascendió al rango de Colegio Universitario de La Rioja, y que, más tarde, quedó canonizado como Universidad de La Rioja. Hoy esta Universidad  acaba de perder a uno de los profesores que, por su exquisito oído musical, mejor pronuncia el inglés en el ámbito hispánico, húngaro o tailandés. Y digo que Carmelo Cunchillos pronuncia el inglés, y no digo, tras su fallecimiento, que pronunciaba el inglés, porque, siendo hijo de labradores, sigue hablando y pronunciando espléndidamente el inglés incluso después de su incineración.

Yo mismo, cuando tenga dudas de pronunciación en inglés, siempre me encomendaré a él, pues, además, nadie ha hecho tanto por mejorar mi pronunciación de este idioma. Con una generosidad impagable en varias reencarnaciones, Carmelo Cunchillos nos acogió en su casa  a un grupo de, creo, cinco personas y, durante unos meses, pulió nuestra pronunciación y nos hizo  hablar en inglés, un idioma que, tras la altísima y vitalísima docencia de Carmelo Cunchillos, debería quizá dejar de llamarse inglés y, a partir de ahora,   empezar a llamarse Calagurritanish. Ya nunca más diré “Do you speak English?. Diré ya siempre “Do you speak Calagurritanish? o “Do you speak Cunchillos´s language?  En homenaje a mi queridísimo amigo Carmelo Cunchillos, que no en vano hizo su tesina de licenciatura sobre El guardián entre el centeno, de Salinger, y su tesis doctoral sobre las traducciones del  Quijote al inglés, respectivamente, y que, por tanto, tiene – e insisto, no sólo tenía – un humor espléndido, vayan  tres palabras suyas,  de feroz humor quevediano, que nunca olvidaré. Se definía a sí mismo como “desertor del arado”. Había visto en su Calahorra natal la dureza del campo. Como Quintiliano, el primer profesor universitario de Roma, mandó el arado al diablo y se hizo catedrático de universidad.

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