La importancia de poder pertenecer y tener desarrollado el sentido responsable de pertenencia, los innumerables datos positivos y el sentimiento romántico de haber disfrutado la modernización de un país son ingredientes en este artículo que aplaude la solidaridad del concepto europeo, la de sus miembros y la eficaz gestión de los españoles para reubicar un país que tiene muchas cosas que agradecer y ofrecer.
Hace veintiún años estábamos en 1986. Y hoy, además de tener todos esos años más, han cambiado muchas cosas. Veníamos de una relación dura, tormentosa. Un dictador nos quiso aislar por su firme creencia de que España le pertenecía. Tuvo que morir el dictador en la cama para que el pueblo español iniciara una nueva andadura, una nueva vida; tuvo que conquistar la ciudadanía un derecho: el de poder votar; tuvo que salir elegido un Gobierno que apostara por la modernización de un país, el posicionamiento del mismo en los mapas y por la ilusión de vivir una nueva etapa. Tuvo que aceptarnos la Unión Europea para poder avanzar por un camino hasta entonces prohibido. Por aquel entonces atisbábamos un horizonte positivo y en la actualidad disfrutamos de una realidad.
La Unión Europea se merece un aplauso, como lo merecen los dirigentes y ciudadanos que creyeron, apostaron y trabajaron para que el país fuera uno incluido y no excluido. Avanzamos en un aspecto fundamental que fue el de aceptar la democracia como regla fundamental del juego, dejando atrás la estética fea de país autárquico, subdesarrollado democráticamente, aislado y represor. Fuimos hacia delante en valores y derechos sociales. Saneamos una economía anquilosada y obsoleta. Intuimos en la integración de los pueblos una de las respuestas a los retos de una sociedad globalizada.
La solidaridad de la UE y el buen papel desempeñado por la sociedad española han supuesto un papel modernizador e impulsor en la cohesión social, económica y cultural de un país con menos de 8000 dólares de PIB por habitante en 1985 (más de 23000 en la actualidad) y una población que no llegaba al 10% con estudios universitarios (un 29% a día de hoy).
El impulso de la UE y la oportunidad bien aprovechada por la ciudadanía española han permitido la recepción y gestión de un 0,83% de nuestro PIB durante 20 años ininterrumpidos (cada español ha recibido 129,90 euros) y la creación de un país desarrollado, con infraestructuras, empleo y sanidad. Hemos pasado de tener 2000 km. de carreteras a tener 13000 km. de autovías (cuatro de cada diez sufragados por fondos europeos). Hemos podido ampliar aeropuertos (Madrid y Barcelona) así como construir el metro en Sevilla, líneas de alta velocidad que hacen las distancias más cortas, reconvertir un sector agrario …
La fraternidad de la UE y el trabajo del pueblo español han hecho posible que hoy España sea un país vanguardista a nivel mundial en derechos sociales, un país solidario, centro neurálgico de actividades culturales y económicas de dos continentes como son Europa y América Latina. España, al igual que el resto de la Unión, ha creado programas educativos como el Erasmus, que hacen del sentimiento e identidad europea una realidad hoy en día. Uno de cada cinco estudiantes europeos que viajan y estudian gracias a dicho programa son españoles y un 20% de los jóvenes comunitarios que realizan esta beca elige España como lugar para desarrollar la misma.
Hoy, España es un país europeísta que encabeza todas las estadísticas del “eurobarómetro”, que cree en el proyecto europeo y en el futuro del mismo. Hoy, España es un país respetado, ejemplo para muchos países que han visto en nuestra experiencia un modelo a seguir. Hemos pasado de ser un país receptor de ayudas a uno benefactor. Y eso no es una mala noticia, es toda una alegría: es el síntoma de haber superado el examen.
El estímulo de la UE y la dedicación española por llegar a unos niveles de prosperidad y confianza han hecho posible el saneamiento y modernización de nuestra economía, obligándonos a reducir el paro (de 20% en 1985 a 9% en 2006), recortar los tipos de interés, combatir la inflación y limitar el endeudamiento. La creación de casi 300.000 puestos de trabajo, directamente de las ayudas europeas, así como el dinero invertido en nuestro país para poder llevar la educación a las zonas más débiles y pobres ha incrementado los niveles de renta y bienestar. Todo esto nos ha llevado a ser la octava economía mundial y a ser un país que, perfectamente, puede servir de ejemplo para otros muchos y, sobre todo, para los países hermanos recién incorporados del Este de Europa.
Bien es cierto que el optimismo de estas palabras no tiene que ser ciego. El cambio radical, para bien, que ha tenido nuestro país ha sido uno sin precedentes, pero existen muchos elementos que sería positivo que se mejorasen en el futuro para continuar con un idilio que nos ha hecho pasar de ser un país triste y gris a un país alegre y colorido.
Somos un país que debería luchar contra la baja natalidad, mejorar sustancialmente nuestros niveles de productividad (en los que seguimos a la cola de la Unión) así como nuestra inversión en I+D+i. No podemos frenar el ritmo porque las cosas nos vayan mejor, pues el tren del mundo globalizado va mucho más rápido y puede dejarte atrás de un día para otro.
Otro reto es resolver el nivel de endeudamiento de la población y el dificilísimo acceso de los jóvenes a una vivienda digna, así como inculcar una educación medioambiental. Estos son algunos de los retos que como sociedad española, y por lo tanto europea, tenemos para el futuro más próximo.
Mientras tanto la Unión Europea podría debatir con urgencia qué relevancia quiere tener en el mundo y para qué la quiere tener. España, hoy en día, es más relevante que ayer gracias a la Unión y a la sociedad española. Es un buen momento para que la UE decida su destino político y es muy lógico pensar que, como país, podemos ayudar a definir dicho reto.
Tanto es así, que no debemos tener ninguna duda de que juntos seguiremos siendo capaces de saltar y dejar atrás todos estos obstáculos y aquellos que estén por venir. Ayer, luchábamos por tener acceso a la libertad de expresión y a la democracia, mientras lo que hoy llamamos Unión Europea se debatía en aceptarnos o no. Hoy trabajamos juntos por superar otros retos, en una relación romántica, en un idilio sin precedentes.
¿Cuál es nuestra próxima estación, querida Unión Europea?.
Borja Cabezón.
9 mayo de 2007