Salvo algún ardid propio de una película de Michel Gondry (la oscarizada ¡Olvídate de mí!, por ejemplo), sería imposible despertar hoy sin recordar el ayer; al igual que, pese a vivir inmersos en una vorágine incontrolada de ideas y conceptos, aún nadie ha conseguido ingeniárselas para detener el tiempo en el instante deseado. Pero, en cierto sentido, esta parafernalia físico-cuántica parece evaporarse cuando convivimos fusionados con la naturaleza latentemente salvaje de lugares como Nueva York, donde conciencia y momento no son más que eso, ardides. A comienzos del siglo XX, el ensayista neoyorquino John Jay Chapman afirmó: “el presente es tan poderoso en ella, que el pasado se ha perdido”. Un siglo después, el periodista y escritor Enric González (premio “Cirilo Rodríguez”, en 2006, por su labor de corresponsal para El País en Nueva York, además de en Londres, París o Washington), con la experiencia personal y profesional garbada a fuego en sus ojos forasteros, corrobora que en la city, la gran urbe estadounidense, es “siempre hoy”.
De este modo, su libro Historias de Nueva York (RBA) no es sólo un simple texto más sobre una ciudad más, sino una excursión a un enclave capaz a la vez de lo mejor y lo peor (“el estiércol y las flores”, según el propio autor); un paseo por el presente de su intrahistoria, con la pausa suficiente para probar esa cerveza única del White Horse, en Hudson Street, o aquel grasiento steak en Peter Linger, y para ver, resignado y sufridor, un partido de los Mets en el barrio de Queens o la Estatua de la Libertad desde el puente de Brooklyn, al atardecer. Aunque ante su ferviente y voraz contemporaneidad, sin apenas oportunidad de mirar atrás, Nueva York, étnica y racial, es y será reflejo de lo que fue: entre otras cosas, un pasado mercantil imborrable (la ciudad surgió al sureste de Manhattan de la mano de inmigrantes holandeses dedicados al comercio; de ahí que la primera bandera neoyorquina portara el blanco, azul y naranja de la actual de Holanda) que se proyecta hasta nuestros días, convirtiéndola, con Wall Street a la cabeza, en epicentro del capitalismo mundial; pero también un fiel núcleo articulado con retazos de tradición: desde la Italia neoyorquina, fundada por Antonio Palmo, hasta los años de la Gran Depresión, pasando, por ejemplo, por la época “dorada” del hampa.
Enric González vierte en Historias de Nueva York, hora a hora, esencia a esencia, cada ápice de la vida de la ciudad. Recién aterrizado en ella a principios del año 2000, el periodista catalán encontró alojamiento en The Printing House, una antigua imprenta —ironías de la vida— habilitada como apartamentos en el West Village, un sitio idóneo para aprehender, con la subjetividad imprescindible que impide el oficio noticioso, el rugir diario: un violento altercado en el sur del Bronx, las crónicas de los taxistas, los entresijos tras la creación de la cúpula del rascacielos Chrysler…, pero también las guerras de Afganistán e Irak o la jornada oscura de un septiembre de 2001. Historias de Nueva York es la memoria excelsa de Enric González, un diario de emociones e intenciones donde confluyen objetos y personajes entre la miscelánea de circunstancias. Enamorarse tiene estas cosas…