El 2 de Noviembre, se constituye en una tradición muy arraigada en nuestro país, la recordación de nuestros muertos. Según los estudiosos, el culto a los muertos era una práctica de nuestros antepasados precedentes a la conquista española en fechas correspondientes al equinoccio de finales de octubre.
Los sitios funerarios a veces erigidos en montículos artificiales o tolas, eran lugares sagrados donde se enterraban a los muertos. Se lo hacía frecuentemente en grandes vasijas funerarias, junto a sus artículos más preciados y ofrendas en comida. Creían que algún día despertarían con hambre en una nueva vida. En el Ecuador, el 2 de Noviembre, la iglesia católica celebra el día de los difuntos y en esa fecha se ve una agitada actividad en los cementerios, se arreglan, pintan y redecoran las tumbas. Pero la parroquia rural de San Antonio de Ibarra, se vive una fiesta muy particular en recordación de los muertos. El sector indígena con anticipación preparan las más deliciosas viandas con mote, chicha, y la infaltable colada morada, acompañada con guaguas de pan. Con todo esto la familia se dirige al cementerio, en ese lugar santo, se servirán el alimento y también se lo ofrecerán a los seres queridos que fueron al más allá, a una mejor vida. Al cementerio de San Antonio acuden el 2 de Noviembre familias indígenas enteras desde muy temprano, se instalan con todo el ceremonial en las tumbas de sus mayores y permanecen todo el día en sus pláticas y adoratorios. La colada morada es parte de la tradición de recordar a los difuntos. En todos los hogares sean estos opulentos o pobres, no puede faltar la tradicional bebida para conmemorar esta fecha.
El día de muertos es una de las celebraciones más importantes en nuestro país, es una ocasión dedicada especialmente a los que ya no están y sus almas pueden regresar para convivir con los que aún tenemos una existencia terrenal. El origen del día de muertos es incierto, se cree que se remota al llamado Festival de muertos celebrado entre los aztecas durante los meses de julio y agosto, como una fiesta para celebrar el final de la cosecha de maíz, frijol, garbanzo y calabaza, que formaban parte de la ofrenda a la diosa Mictecacihuatl, guardiana del noveno nivel del infierno, llamado Mictlán. Esta tradición se mezcla con la costumbre prehispánica de enterrar a los muertos con objetos, comida y ofrendas para su viaje a la otra vida. Según la tradición, al morir las personas pasan al reino de Mictlán donde tienen que estar un tiempo para después ir al cielo o Tlalocan. Durante este viaje necesitan comida y agua; veladoras para alumbrarse; monedas para pagar por cruzar el río antes de llegar a Mictlán y un palo espinoso para ahuyentar al diablo.
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