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Sin propósito de enmienda

Sin propósito de enmienda

lunes 10 de enero de 2011, 17:45h

La política española comienza un nuevo año sin propósito de enmienda. En sus frondosas ramas aparecen, con indeseable reiteración, casos de corrupción dejados a la suerte de instrucciones judiciales lentas y confusas que, en muchos casos, favorecen impunidades antes que sanciones. Los partidos se permiten mirar hacia otro lado porque saben que, tampoco, tendrán consecuencias electorales. No porque los ciudadanos sean indiferentes sino porque la podredumbre es menos pluralista que las ideologías y se reparte entre todas las casas y cajas y, por tanto, no desequilibra ni a unos ni a otros aunque provoque desprestigio general.

Pero la corrupción no está solo en relación con el dinero, sino en la falta de transparencia en el manejo de las agrupaciones políticas, reducidas a pequeñas oligarquías dedicadas a salvar intereses personales de toda competencia y sordas a las demandas de sus bases y de la opinión publica.

Es muy socorrido culpar del pobre paisaje político sin ilusión que solo ofrece al electorado un juego de cara o cruz entre dos opciones rutinarias y deficitarias de liderazgo a los defectos de nuestro diseño constitucional y de sus sistemas electorales demasiado rígidos. Quizá, en el origen, un deseo de consolidar políticas estables dentro de esta democracia, justificó un depósito de poder excesivo en las máquinas de los partidos convirtiéndolos en trituradores de iniciativas y adormecedores de ilusiones. Pero tan explicable pecado original no justifica que los dirigentes actuales carezcan de impulso regenerador, tanto para cortar ramas podridas como para abrir paso a valores solventes. Ni la Constitución ni el sistema electoral impone ni la petrificación de los estatutos de los partidos, ni el incumplimiento de sus normas éticas o la arbitrariedad en la selección de candidatos.

No hay propósito de enmienda. Zapatero pretende decidir solo por sí mismo si su candidatura es la idónea para el gobierno de España y Rajoy no considera necesario explicar claramente por qué Alvarez Cascos es peor candidato para Asturias que una incógnita concejala de Oviedo. El sistema electoral le están convirtiendo en el método de las lentejas: si quieres las tomas y si no las dejas.

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