¿Periodistas, modelos o imágenes gubernamentales?
miércoles 29 de junio de 2011, 20:46h
Andrés Gushmer, un joven ecuatoriano dedicado desde hace una década al periodismo deportivo, apareció hace algunos meses en la publicidad de televisión por cable.
Estaba fresco el recuerdo del Mundial de Fútbol 2010, en Sudáfrica, y los publicistas aprovecharon el nivel de recordación del público aficionado respecto de Gushmer, Alfonso Laso y Diego Arcos, que habían transmitido el torneo internacional para el Ecuador.
Cuando la fiebre pasó, los tres desaparecieron de escena en las cuñas y volvieron a lo suyo: el comentario y la narración deportiva, especialmente futbolera.
Luego fue Roberto Bonafont, un peculiar periodista deportivo cuyo estilo está salpicado de frases de poetas famosos y confusas explicaciones de lo que ocurre en la cancha. Bonafont se convirtió, junto con David Reinoso en el papel de “el Cholito”, en imagen gubernamental.
Semanas antes de la Consulta y el Referendo del 7 de mayo pasado, la multipresencia de Bonafont y Reinoso invadió los espacios publicitarios de la televisión local y llenó los bordes de las carreteras del país con enormes vallas.
La idea era clara: dos personajes populares intentándonos convencer que el Ecuador estaba muchísimo mejor que hace cuatro años, antes del gobierno de la revolución ciudadana.
Ahora reaparece Andrés Gushmer como imagen oficial de una línea de belleza para hombres. ¿El objetivo de los publicistas es aprovechar su credibilidad periodística para que el sexo masculino, tan amante del fútbol, se identifique con Gushmer y consuma aquellos productos para sentirse más hombres, más jóvenes, más atléticos?
Recuerdo una anécdota de 1999 en Cuenca. Un conocido narrador deportivo mezclaba sus relatos futboleros con invitaciones a sus oyentes para que depositaran su dinero en un banco. Él insistía que era uno de los clientes de la institución bancaria y que recibía grandes intereses por su plata guardada.
Mucha gente que creía en él como periodista fue y puso su dinero allí. Cuando el banco quebró y la plata de los depositantes se hizo humo, los aficionados llamaban a la radio a reclamar al periodista por haberlos convencido de ahorrar en un ente financiero que estaba en bancarrota.
Su respuesta fue, según cuentan en Cuenca, que una cosa era el periodismo y otra la publicidad. Pero la gente no se convenció y la imagen del periodista quedó en el subconsciente colectivo ligada a la estafa bancaria.
¿Cuál es el límite del periodista cuando la publicidad le propone usar su credibilidad para fines propagandísticos?
El límite del periodista es, sencillamente, nunca dejar de ser periodista.
Quien cruza la línea deja de serlo, al igual que los periodistas que se convierten en actores políticos o los que pasan a la otra orilla y desempeñan funciones gubernamentales.
Cada cual tiene derecho a convertirse en lo que quiera: imagen publicitaria, modelos de productos de belleza o voceros oficiales.
Pero, ojo: el público también tiene derecho a dudar de su palabra periodística.