Era de esperar que ante la ola de buenismo y corrección política que nos invade, lo más rancio de la derecha mediática, mitrada o no, echase las patas por alto a cuenta no ya de los evidentes ataques a la corrección idiomática (no sólo castellana, sino gallega, catalana y vasca) que protagonizan, día sí, día también, gran cantidad de políticos de ambos sexos. De unos años a esta parte, en contra de cualquier norma gramatical, se saltan el plural genérico, con la excusa de que, por lo general, la desinencia es –o suena— siempre a masculino. Y, claro, eso es un claro delito de sexismo.
Por si fuera poco, las organizaciones feministas y agrupaciones afines ponen el grito en el Cielo (¿será ciela?) y exigen que la Real Academia Española (seguro que también las otras instituciones que limpian, fijan y dan esplendor a las otras lenguas cooficiales en España) tome cartas en el asunto y cambie, sino los diccionarios, sí la gramática. Se trata, según esta interpretación a-científica, de que la liberación de la mujer del dominio masculino llegue hasta el lenguaje.
Y por ahí recto, todo seguido. Se invoca el hecho de que la Real Academia Española no incorpora las palabras a su diccionario hasta que no adquieren vida propia en la comunidad. ¿Pero tiene vida comunitaria propia el hablar de ciudadanos y ciudadanas, de amigos y amigos, de españoles y de españolas, o sólo es una absurda pauta que siguen los políticos bienpensantes? ¿Los derechos de las mujeres, innegables e indiscutibles, llegan hasta el punto de tener que alterar las estructuras propias de un idioma?
¿No será que, acogiéndose al razonamiento anterior, se pretende dar sustancia comunitaria a la jerga de una minoría, la política y aledaños, de gran presencia mediática pero que no es la comunidad, para poder decir que “costumbres hacen leyes, que no reyes”, como reza el refranero castellano, y también “coma caquita, que tropocientos millones de trillones de moscas no pueden estar equivocadas” en la voz de la calle contemporánea?
Cargar contra el plural genérico sólo en nombre de la corrección política, pasándolo al campo de la Hermenéutica puede llegar a causar vergüenza ajena (al columnista se la causa, aparte de la incomodidad sobrevenida de tener que alinearse, en esta cuestión, con los popes jeremíacos del PP y sus alrededores ultramontanos).
Aquellos que, desde escaños, foros y tribunas de opinión, tanto chillan por el lenguaje supuestamente sexista convendría que bajaran de sus reductos blindados y escuchasen el habla de la comunidad. Nadie, en un supermercado, como no sea en tono zumbón, se refiere a la calamara para denominar a la hembra del molusco cefalópodo. Porque, a este paso, hasta los hermeneutas (desinencia en femenino) si son hombres tendrán que reclamar que se les denomine hermeneutos. Para evitar el nuevo sexismo, claro.