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Los 'madrileños' que no se van de vacaciones

viernes 24 de agosto de 2007, 19:42h
Como cada año, el verano ha irrumpido con flamígera voracidad en la vida de los madrileños. Abrasa el asfalto, derrite las plazas y ahoga a los que se quedan sin playa. Según el Barómetro Municipal de Consumo, el 61 por ciento de los madrileños se va de vacaciones este verano y el 33 por ciento se queda en Madrid. De los que se quedan en Madrid, unos pueden disfrutar de días de relax y otros, sin embargo, no dejan de trabajar. Este es el caso de Julián, Marilyn y Gerhard, 'nuevos madrileños'. Cada uno tiene unos motivos por los que vinieron a España y otros distintos por los que se quedan sin vacaciones.
Julián, de 37 años, es colombiano y llegó a España hace cinco con la esperanza de trabajar y labrarse un futuro mejor que el que le esperaba en su país. Alentado por un conocido, colombiano, que le garantizaba una carta de invitación a su llegada, Julián pidió un préstamo y se presentó en Madrid. No estaba solo, su mujer lo acompañaba, pero al otro lado del charco dejaba una hija de 9 años que viviría con sus abuelos, y después con su tía, durante la ausencia de sus padres.

Los primeros meses en Madrid fueron difíciles para Julián y su esposa, que en su condición de ‘inmigrantes ilegales’ tuvieron que salir adelante trabajando en lo que podían: construcción, jardinería, limpieza de hogar, etc. En su precaria situación, los trabajos más desagradecidos y las malas compañías fueron una constante hasta que, después de casi dos años,  Julián fue contratado en una fontanería del Barrio del Pilar (su actual empleo) y, así, dejó de ser un “sin papeles”.

Poco a poco su situación iba mejorando, el próximo objetivo era traer a su hija a Madrid, deseo que se vio cumplido, en buena medida, gracias a la nueva situación (legal) de Julián. Aun así, el resto de su familia sigue en Colombia y Julián cuenta los días que faltan para el esperado reencuentro. “Esperado” es casi un eufemismo, ya que debido al coste de los billetes a Colombia (unos 1.500 euros cada uno) no pudieron “saltar el charco” el año pasado y Julián acumula casi dos meses de vacaciones que empezará a disfrutar a partir de diciembre, cuando viaje junto a los suyos. Por este motivo, el colombiano se ve obligado a trabajar durante los asfixiantes (aunque dicen que este año no tanto) meses de verano.

Aspecto de inmigrante
La jornada laboral de Julián empieza a las 8.15 horas y acaba a las 19.30 horas, aproximadamente. Tiene una hora para comer y cada día visita casas distintas para instalar grifos, reformar baños y cocinas, o desatascar alguna tubería. Este fontanero afincado en Madrid cuenta con resignación que alguna vez le ha cerrado la puerta en las narices “una señora mayor” al ver su aspecto (de inmigrante); sin embargo, asegura que fueron casos puntuales y, en general, se muestra contento con su situación laboral.

Es difícil desviar la conversación del “tema trabajo” para ahondar en el apartado de ocio y diversión de este colombiano. Julián, que estudió la enseñanza primaria para después, a los 13 años, ponerse a trabajar, reconoce haber ido hace poco con su familia a un parque acuático, aunque normalmente suele aprovechar los fines de semana para, por su cuenta, hacer trabajos en casas particulares que reclaman su servicio.

No le importaría ganarse la vida solo como autónomo, pero la dificultad de llegar siempre a fin de mes y las malas experiencias de conocidos que ya lo hicieron le mantienen reticente. Su mujer no queda exenta de responsabilidades e intenta estar ocupada en varias casas trabajando como asistenta de hogar. Y es que el dinero no sobra en esta familia inmigrante que paga un alquiler en Torrelodones y tiene los ojos puestos en las navidades colombianas que les esperan.

Julián, que sueña con visitar París algún día en compañía de su mujer, desea que las cosas mejoren en Colombia, pero reconoce, tras la nueva vida emprendida en Madrid, no tener claro si regresará (para quedarse) a su país de origen o si por el contrario se quedará en la capital española. “Dejaré que sea mi hija quien decida”, explica.

Su hijo aún está en Perú
Marilyn es peruana, tiene 27 años y su situación guarda similitudes con la de Julián; les une un mismo continente, un mismo idioma y el deseo de volver a sus países de origen para estar con los que allí dejaron. Al contrario que Julián, Marilyn sí vino con un contrato de trabajo. Sin embargo, su marido y su hijo de seis años aún están en Perú.

Al llegar a Madrid, Marilyn se puso a trabajar como interna de servicio doméstico; trabajo del que no tiene buen recuerdo por lo duro y agobiante que le resultó. Además, el estar lejos de su familia y afrontar otra cultura distinta recrudeció su situación.

“Los primeros meses fueron muy duros”, asegura esta mujer. Ella había estudiado educación primaria en Perú y vino a Madrid, hace ya dos años y diez meses, con la intención de ganar el suficiente dinero para elevar su poder adquisitivo y, de paso, encontrar a su marido un puesto de trabajo en España. “Allí (en Perú) el dinero no alcanza, trabajando de educadora ganas 100 euros al mes”, comenta. De momento, ya ha conseguido un contrato a su marido y en unos tres meses, cuando obtenga el visado, vendrá a Madrid.

Marilyn dejó el servicio doméstico y empezó a trabajar, hace casi un año, en la panadería de un supermercado de Alpedrete. Como es habitual, los madrileños se refugian en la sierra todos los veranos y, por tanto, la actividad comercial no cesa en este municipio. Trabaja de mañana y de tarde de lunes a domingo, a excepción del jueves, que es su día libre, y gana 800 euros mensuales. Esta peruana no se toma unas vacaciones durante la temporada estival porque lo hará en octubre.

En principio, cada seis meses le dan quince días de vacaciones, pero, así como hizo Julián, ha preferido acumular dos quincenas y disponer de todo el mes de octubre para viajar a Perú y poder ver, después de dos años, a su hijo y familiares. Confía en que pronto también  pueda su hijo venir a Madrid; lo está tramitando.

Marilyn, que confiesa dormir todo lo que puede en su tiempo libre, exclama con reparo que los inmigrantes como ella hacen los trabajos que los españoles no quieren. “Parece que los españoles no pueden aguantar trabajos tan duros”, señala. Aun así, aprovecha cuando puede para salir con sus amigos, latinos y españoles, a pasear o a la verbena. La peruana tiene como meta convalidar sus estudios en España y conseguir un puesto de educadora en algún centro escolar. En tal caso podría tener días libres en verano y viajaría con su familia a un destino muy apetecible: Canarias.

Energía solar

Gerhard tiene 42 años y no es un inmigrante al uso. Llegó de Alemania hace diez años para trabajar en un proyecto de ciencias medioambientales gracias a una beca ‘Leonardo’ que le fue concedida.

Llegó, vio, le gustó y se quedó. Había terminado la carrera y se encontraba en un punto de inflexión en su vida, el momento perfecto para darle un nuevo rumbo y explorar a fondo esa España que le atraía y suscitaba curiosidad. A diferencia de los dos casos anteriores, Gerhard no dejaba atrás ningún compromiso familiar: los compromisos le aguardaban en Madrid.

A los pocos meses de llagar a Madrid, este alemán conoció a Hemi, española, con la que reharía su vida y con la que tendría su primera hija, tres años después. Sin duda, empezar a salir con Hemi fue determinante para desechar la posibilidad de volver a Alemania tras la beca. Así, Gerhard se quedó y comprobó tanto la diferencia salarial entre Alemania y España (mucha) como las dificultades para encontrar un empleo vinculado a sus estudios universitarios. El idioma también suponía un handicap para el alemán, y sin embargo puso todo su empeño en el perfeccionamiento del castellano y, al poco, comenzó a trabajar como traductor.

Aunque tuvo que volver a Alemania en alguna ocasión por la falta de estabilidad económica, Gerhard ha sido perseverante, ha aprovechado sus conocimientos lingüísticos y ha logrado hacer de la traducción e interpretación su profesión. Trabaja como autónomo para particulares o empresas que solicitan su competencia y que, algunas veces, le proponen inoportunas fechas que terminan por arruinar su calendario vacacional.

Eso le ha ocurrido este verano. Cuando todo estaba listo para disfrutar de nueve días de playa en Almería, una llamada de última hora terminó por frustrar los planes veraniegos. Aun así, Gerhard sabe encontrar momentos de ocio en Madrid; teniendo una hija de seis años, Yulia (que no Julia, como algunos se empeñan en llamarla), resulta indispensable estar predispuesto a ir a parques, al cine, hacer excursiones a la sierra, etc.

En cualquier caso, lo importante ahora para este alemán no es precisamente tomarse unas vacaciones (aunque dice que le encantaría visitar San Francisco). El motivo es que acaba de firmar un contrato con una empresa alemana que opera en el mercado de la energía solar. Gerhard será un puente que lleve a buen puerto las operaciones de la empresa en España y, de esta manera, supondrá la autorrealización que, a nivel laboral, estaba persiguiendo. “Antes de venir a España, ya tenía gran interés en el tema de la energía solar. En Alemania estaba mucho más desarrollado este mercado y ahora parece que España empieza a despegar. Menos mal, porque sol no falta…”, explica entusiasmado.

Diferentes historias, con motivaciones e ilusiones distintas, familias por juntar y sueños y viajes aún por realizar. El verano, el trabajo y Madrid como telón de fondo, y es que al llegar agosto, vaya, vaya…
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