
No sé si la progresía de hoy, tan laicista, tan beligerante con los principios de la Verdadera Fe (la Católica, Apostólica, Romana y Ratzingueriana, sin duda alguna), se ha percatado de la festividad del día.
San Francisco de Asís. Pues debería de haberlo hecho, amadísimos, globalizados, megaletileonorisofiados, republicaneados y franciscaneados niños y niñas que me leéis
Et pourquoi?, ¿por qué?, os interrogaréis... Pues por la simple y sencilla razón de que el santo de Asís era ecologista antes de que, por degeneración de la especie humana, apareciesen sobre la faz del tapete sociológico los ecofundamentalistas.
Sí, el autor de “Hermano Sol, hermana Luna”, un buenazo de tres pares de sayales, fue el primer ecologista avant la lettre del que tenemos constancia escrita. Incluso fue, en sus relaciones con los lobos, un precursor de
Félix Rodríguez de la Fuente, tan adicto al canis lupus. Vamos, que en sus andanzas por la Umbría, Francisco de Asís se topaba con un lobo y lo invitaba a unas copas en el figón de la esquina. ¿Qué ecologista haría, hoy por hoy, algo semejante? Ninguno.
Pero aún hay más... Francisco, conocido por sus coetáneos como il Poverello d’Assissi (en esto del dominio del italiano soy mejor que
Cristina Peri Rossi), el pobrecito, el mendigo, el austero de Asís, también fu un precursor del desarrollo sostenible. Y eso que nuestro santo (Dios Santo, ¿a quién se le ocurriría darle al malvado del
Vilariño, el nombre de tan ejemplar varón?) venía de una clase social francamente acomodada, como que era hijo de un rico mercader de paños, brocados y finos tejidos de seda. O sea, que las grandes revoluciones contra el sistema siempre las iniciaron los hijos díscolos de las familias beneficiadas del sistema.
Pero a lo que íbamos, pequeñines/as míos/as. Estábamos en el desarrollo sostenible. En la sostenibilidad, palabro con el que se llenan la boca, los ministros de del Gobierno paritario –y paritorio—de
ZetaPé. Los frailes de la orden de Francisco se conformaban con poca cosa, al revés de lo que ocurría con los monjes de los ricos monasterios de su tiempo. Una sopita caliente, algo de verduras, un poco de pan y un pellizco de queso era su dieta diaria. Al igual que los pajarillos citados en los Evangelios Sinópticos, los frailes franciscanos ni sembraban, ni labraban, ni cosechaban, pero era la Divina Providencia la que contribuía a su sustento moviendo a caritativa compasión a las bunas gentes de la época que, en lugar de reciclar los restos alimenticios, se los entregaban a los buenos frailes franciscanos.
Por eso, amadísimos/as de mi paterno corazón, me sorprende que l progresía actual, tan imbuida del buenismo zapateril, no haya caído en el detalle de celebrar adecuadamente la festividad de San Francisco de Asís, Patrón de las Buenas Intenciones. Dicho sea en más de un sentido.
Porque mucho antes –es Historia pura, Jáuregui—de que Rodríguez Zapatero alumbrase la prodigiosa idea de la Alianza de Civilizaciones, ya Francisco de Asís se dirigió a Egipto, cerca de Damieta (que cae, más o menos, por donde la actual Alejandría) para, en plena cruzada, negociar con el Sultán el libre acceso de los cristianos a los Santos Lugares. Y nuestro santo lo hizo sin arrugarse ni un solo pliegue de su áspera túnica frailuna. Eso sí, con muchísima humildad y hablando del “hermano musulmán” y del “hermano cruzado”.
En fin, pequeñines/as míos/as, que espero que el recuerdo de la vida de San Francisco de Asís, os haya resultado de edificación para vuestras almas inmortales, solaz de vuestras tiernas mentes y todo ello a mayor gloria de Dios y lustre y esplendor de su Santa Iglesia. O lo que viene a ser lo mismo: recordad que el ecologismo y el desarrollo sostenible. Siempre y cuando respeten las sagradas normas de la Economía de Mercado, no son pecado. Y si así lo hiciereis que Dios os lo premie y si no, que es lo demande en esta vida y en la otra.