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Demos Cracias

Demos Cracias

viernes 12 de octubre de 2007, 16:27h

Enseña el tango que, a la hora de volver, “veinte años no es nada”. Sobre todo cuando se vive aferrado a los recuerdos. ¿Ocurrirá lo mismo respecto al régimen político? No necesariamente. En algunos casos, en efecto, puede ser un lapso irrelevante. Pensemos, por ejemplo, en la historia de la humanidad. ¿Dos décadas? Un suspiro. Pero hay otros casos en los que, sin por ello representar todo ni demasiado, veinte años implican un tiempo considerable. En especial cuando se anhela futuro y transformación. Motivo suficiente para la remembranza y, si acaso, el homenaje-festejo.

Nuestra joven democracia acaba de cumplir cuarto siglo –nada menos– de vida/continuidad con sobresaltos pero sin interrupciones. No es poca cosa. A principios de los ochenta el “gobierno del pueblo” era una sentida aspiración, para unos; apenas un “veranillo”, para otros; una presunción-anhelo de tiempos mejores, para todos. Salíamos de tres décadas de un régimen de partido hegemónico (1952-64), dictaduras militares (1964-78) y la penosa y difícil transición pactada (1978-82). Y la democracia se estrenó con un gobierno que pidió cien días pero necesitaba, lo menos, 1.460.

Sobre el asunto: esos 25 años desde el 10 de Octubre de 1982, hubo amplio despliegue durante la semana que transcurre. Destacan en especial los ámbitos mediático (ediciones y programas especiales, noticias con datos, comentarios) y político-institucional (actos de homenaje, reconocimientos, evocación). Es como si los bolivianos/livianas hubiésemos tenido la obligación de estar no sólo agradecidos, sino felices. ¿Acaso no se dan cuenta? ¡Cumplimos 25 años de democracia! Unas “bodas de plata” del carajo. Con cambio profundo, avances ¡y sin testamentos bajo el brazo!…

Permítanme algunos apuntes aguafiestas. ¿La (peor) democracia es más deseable que la (mejor) dictadura? Ni duda cabe. Entre tener libertades políticas y no tenerlas, no hay pierde, lo mejor-imprescindible es tenerlas. Que la democracia sea “el único juego en la ciudad”, encantadora señal. ¿Alguien toca tu puerta de madrugada y sabes que es el lechero y no un represor? Espléndida mutación. Que existan reglas y procedimientos, aceptados por casi todos, para elegir autoridades y representantes, una maravilla. ¿Eres reconocido como ciudadano con derechos? Qué linda marcha. Etcétera.

¿Pero acaso la democracia se ciñe a ese mínimo vital, no negociable, de régimen político? ¿Qué pasa con el “triángulo latinoamericano”, ya insostenible, de democracia electoral, pobreza y desigualdad? ¿Son democráticos los poderes fácticos? ¿Basta con limitar la representación política a una “elite autorizada” que toma las decisiones colectivas? ¿Es suficiente haber logrado una “previsible capacidad de durar en el tiempo”? Y la sustancia de la democracia, su calidad y resultados, ¿dónde quedan? ¿El control social? ¿La representación de la diferencia?

Celebremos, pues, compatriotas, la demodiversidad, tan objetivamente como podamos.
 

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