lunes 07 de octubre de 2013, 10:54h
Hubo
un tiempo en que la política internacional estaba polarizada en torno al pulso
entre dos únicas grandes potencias -Estados Unidos y la Unión Soviética-
partida que terminó con la caída del muro de Berlín, la unificación de Alemania
y un mejor entendimiento entre las naciones. En esta nueva era, los Estados
Unidos era una referencia aglutinante de un cosmos pluralista en el que su
potencia respaldaba las alianzas democráticas frente a unas amenazas difusas provenientes
del terrorismo y de concepciones fanáticas y medievales de la política, frente
a las cuales el mundo civilizado se defendía, con acciones localizadas, en los
puntos calientes del planeta.
Aquel
equilibrio comenzó a deteriorarse gradualmente con la gestión del presidente
Obama y su desorientada diplomacia. Pero como la política es un arte que no
permite vacios, la levedad de Obama aumentó el peso de la nueva Rusia de Putin.
Es la ley del balancín que no necesita argumentos ideológicos sino que es
cuestión de peso. En un alarde de improvisación e incompetencia, el drama de
Siria y la utilización de armas químicas en una guerra civil, el mundo
contempló bravuconadas y amenazas de Obama que quedaban en nada, solo
acompañado con extraño ardor por el también ligero presidente Hollande. Se
iniciaron movimientos de medios para una intervención militar sin contar con
una opinión pública favorable, sin una estrategia bien definida ni saber a qué
bando se deseaba beneficiar como consecuencia de la acción. En este ambiente de
confusión, el presidente Putin, siempre ansioso de protagonismo pero sin un
perfil ideológico claro ni medios aeronavales suficientes, se hizo con el
protagonismo de esta historia con el simple procedimiento de no perder un solo
metro de influencia en la zona donde le interesa predominar. Hoy aquella guerra
continua como si no hubiese pasado nada y, desde el punto de vista de los
amenazados con el castigo está bien claro quien los ha salvado a cambio de
nada. La opinión mundial, recelosa de las consecuencias de un conflicto militar
cuyas repercusiones eran incalculables, se alegró de que no emprendieran su
vuelo los misiles, pero el prestigio de Obama descendió en el mismo grado que
Putin ascendió en el panorama internacional. Hoy da la impresión de que hemos
vuelto a una bipolarización, sin "guerra fría", en la que las Naciones Unidas y
las naciones sin unir han tomado buena nota cara al futuro o, cuando menos,
cara a los dos años que le quedan de mandato a este presidente imprevisible.
Las palabras "disuasión" y "líneas rojas" han perdido fuerza y el daño para la
credibilidad de Estados Unidos es enorme.
No
es de extrañar que, después de esta pirueta en el exterior, haya salido a
relucir la rebeldía interior. Las reformas sanitarias de Obama han servido de
pretexto para hacer brillar su insuficiencia parlamentaria cuando ni siquiera
los sistemas informáticos sobre los que se basa la reforma funcionan
normalmente. No quiso negociar en 2009 con una oposición poderosa y ahora le
devuelven la pelota. Los ciudadanos se sienten frustrados. Unos porque
esperaron más de lo que Obama puede darles a estas alturas de la película y
otros porque nunca estuvieron de acuerdo con sus proyectos. Se exhibe ante el
mundo una crisis política interior de envergadura, no solo por sus
consecuencias sociales y sus costes económicos, sino por la penosa apariencia
que supone el llamado "cierre del gobierno". La ley de Asistencia Sanitaria
Asequible, conocida como "ObamaCare" -dejando a salvo sus buenas intenciones-
es un ejemplo de falta de sentido de la oportunidad y de tácticas de
negociación. Se ha creado un ambiente que puede agravarse cuando comience la
negociación del aumento del techo de la deuda pública. Tanto en política
internacional como nacional, Obama ha demostrado que o no conoce a sus
adversarios o no conoce la regla de que si es necesario negociar hay que
hacerlo antes de tomar decisiones. Es triste ver dividida a una nación cuya
solidaridad esencial es un ejemplo para el resto del mundo y resulta frívolo
que un presidente provoque estas controversias cuando, ya mediado su segundo
mandato, no le queda más que resistir en la Casa Blanca sin preparar una
herencia explosiva a sus sucesores y un peligro serio a la economía global. Lo
grave es que, a causa de estos acontecimientos, la Estatua de la Libertad se ha
quedado cerrada y vacía no solo como monumento, sino como símbolo. Al mundo
globalizado le importa más la salud de "Lady Liberty" que la salud política de
Obama, que parecía querer pasar a la historia por algo positivo pero se va a
consagrar como campeón de la vaciedad.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (1)
24137 | Pikertom - 08/10/2013 @ 22:22:22 (GMT+1)
No le cae nada bien Obama, algo que, viniendo de usted no me extraña nada. Por supuesto, a usted la Reforma sanitaria de Obama tampoco le gusta, y tampoco me extraña nada. El chantaje que le están haciendo a la Nación y al presidente Obama los republicanos, eso si le parece bien, lo cual no me extraña nada. De usted no me extraña nada de nada. Pero por lo menos disimule y haga unos artículos más presentables, menos "que se me ve el plumero", menos "los lectores son idiotas y no se dan cuenta de que pie cojeo". Gracias
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