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Vídeomanía criminal

Vídeomanía criminal

viernes 09 de noviembre de 2007, 18:26h
Los vecinos de La Albufera se asustaron al ver cómo emergía de las aguas valencianas una enorme anguila y engullía el perro que paseaba con su dueña por la ribera. La escena figuraba en un vídeo de YouTube y, obviamente, era un montaje. ¿Cómo podían saber los espectadores que, en cambio, iba en serio el aviso de una matanza por el muchacho finlandés Pekka-Eric Auvinen?

    Ésa es una de las trágicas perversiones de Internet: que difumina los perfiles de la autenticidad y de la ficción. ¿Qué es lo que de verdad sucede y qué es lo imaginado o irreal? Ese enorme espacio de ambigüedad ejerce una lábil fascinación sobre aquellos seres instalados en el filo de la realidad y la fantasía.

    De ahí la necesidad de muchos criminales de dejar su rastro en la red de redes. No hace falta ser un asesino múltiple con mórbida afición por la notoriedad. Basta con ser un matón de escuela que amedrenta a sus condiscípulos, o un aprendiz de nazi que se ensaña con mendigos. O, simplemente, como muchos conductores que participan en carreras suicidas descubiertas en Lugo, para dejar constancia de unas hazañas que, si no, quedarían inéditas, ocultas en un incómodo anonimato y sin poder presumir de ellas.

    No es que sin Internet no habría delincuentes, algo tan antiguo como la historia bíblica de Caín y Abel. No. Pero la red informática amplifica sus efectos y sus consecuencias, aumenta su audiencia y permite su imitación. Aun a riesgo de resultar más vulnerable, el criminal cibernético disfruta con la exhibición de sus actos. Incluso si conllevan su muerte, como es el caso del joven asesino finés.

    Todos estamos contagiados de la vídeomanía, para bien o para mal. Nos hemos hecho reporteros de sucesos, filmando la devastación de las riadas; colaboradores policiales, grabando con nuestros móviles el trapicheo de drogas, o cineastas como Almodóvar, creando realidades alternativas con nuestros amigos.

    Entre la inocencia de estas actitudes y la delectación culpable de pederastas  y otros delincuentes del ciberespacio existe otro territorio ambiguo que ocupan los políticos, arrojándose vídeos unos a otros. El último, uno del PSOE sobre las presuntas mentiras pasadas y presentes de José María Aznar. Nadie permanece al margen de esa práctica, que conste, realizada con tanta inmediatez que comporta una alevosa premeditación. ¿Y qué hay de verdad y de mentira en sus contenidos? ¿Cuáles son los hechos reales y cuáles las opiniones disfrazadas de tales?

    Como en el caso de la gigantesca anguila de La Albufera o en la horrible matanza de Helsinki, deducir previamente la virtualidad de su contenido es imposible. De eso también resultan gravemente responsables nuestros políticos. Todos ellos.
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