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Un refugio contra el frío

lunes 04 de febrero de 2008, 17:38h
Decenas de 'sin techo' duermen estos días en los pabellones de Mayorales de la Casa de Campo, un recurso temporal que solo abre sus puertas durante la Campaña del Frío.
Varios hombres descansan delante de la puerta de una pequeña nave, en plena Casa de Campo. Unos fuman, otros miran a su alrededor, otros simplemente toman el sol ensimismados. No hablan entre sí. Cuando llegan los extraños, todos miran perplejos para, tras unos segundos, volver a lo suyo: no les interesan las visitas.

Durante el día, ellos son los únicos inquilinos de los pabellones de Mayorales, un recurso que solo abre durante los 127 días que dura la Campaña del Frío municipal, con capacidad para setenta personas. Pero no todos pueden quedarse: las plazas de día son un lujo al alcance de los que más lo necesitan. Los demás, los que después de pasar una noche caliente están en condiciones de marcharse, deberán hacerlo para no volver hasta después de la caída del sol. Atrás dejan el olor a lejía de los dormitorios colectivos, que da una bofetada nada más abrir las puertas.

Pocas horas más tarde, a las doce y media de la mañana, ya están de nuevo limpios y en perfecto estado de revista. No hay puerta que separe el dormitorio del cuarto de las duchas y los lavabos, aunque sí los retretes. En estos dos pabellones, el de hombres y el de mujeres, no hay nada más: ni un lugar donde dejar la comida, ni los enseres de los usuarios.

Para eso hay que ir al tercer edificio, donde les reciben los trabajadores. Una consigna alberga los efectos personales de los usuarios. Hay muchas maletas, mantas y bolsas de todas clases. "No tenemos limitación de volumen, aunque está prohibido dejar aquí alimentos por los olores", explica Pepe, asistente social del albergue. Pero, aunque la mayoría de los usuarios se han ido a pasar el día fuera, no cabe ni un alfiler. "Algunos se hacen los despistados y se marchan dejando aquí sus cosas, aunque están obligados a llevarlas consigo", dice Pepe. "De vez en cuando, si después de varios avisos esto sigue así, llevamos los bultos que llevan aquí más tiempo a la Oficina de Objetos Perdidos".

Enfrente, una puerta da paso a la pequeña cocina en cuya nevera se guarda la metadona de algunos usuarios. No hay alimentos: estos vienen por un servicio de catering listos para comer, tanto la comida como la cena, mucho más multitudinaria. Aun así, de momento, los dormitorios no han llegado a llenarse. Y mucho menos el de las mujeres, que también es el más pequeño.

Ellas son minoría en la calle. "Quizá sea por razones culturales, pero es más difícil que se quede una mujer en la calle que un hombre, porque las familias o los amigos están más dispuestos a acogerles a elllas cuando atraviesan una situación difícil", comenta Darío Pérez, responsable de Personas Sin Hogar del Samur Social. "Eso sí, cuando una mujer llega a la calle, suele estar muy mal". Y por eso, concluye, ellas oponen menos resistencia a dormir en un albergue. Por eso y porque, "en la calle, una mujer es carne de cañón: son mucho más vulnerables", dice Pérez.

El tiempo de estancia, como el de la mayoría de los albergues y recursos para personas sin hogar, es limitado. Aquí se limita a siete días consecutivos. Después, los trabajadores les derivarán a otros recursos, o bien prolongarán su estancia si no hay más remedio.

La rotación de los 'sin techo' por los albergues, en consecuencia, es muy alta, para evitar que desarrollen una dependencia del sistema de protección social. Pérez explica que, aunque hay normas, "si un usuario nos plantea un problema, se puede hacer una excepción si va a favorecer su reinserción social, pero también puede ocurrir al revés". Por ejemplo, algunos 'sin techo' necesitan empadronarse en los albergues donde duermen para tramitar la Renta Mínima de Inserción o para facilitar su acceso al trabajo, "pero se nos presentó el caso de un inmigrante que, en su fantasía, quería empadronarse pensando que así, de forma automática, traería a su familia, saldría de la calle y regularizaría su situación. En ese caso nos negamos, porque habría supuesto meterle en un lío del que luego no podríamos sacarle", concluye.
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