Son muchos los síntomas que, a nuestro humilde entender, el de un sujeto que procura despojarse de la venda que tiene en los ojos para no dejar de ver la realidad, nos muestran un tiempo extraño en dónde casi nada es lo que parece. Menos aún lo que los poderosos del planeta , del continente europeo o de nuestro mismo país, se empeñan en darnos a entender. Por ser más concretos, pienso en Donald Trump, Ursula von der Leyen o Pedro Sánchez, aunque en esta lista improvisada hay cabida para varias decenas más de mandatarios contemporáneos.
El primero de los citados se empeña en pasar a la historia como el campeón de campeones de los presidentes USA y, casi cada mañana, se levanta con una nueva ocurrencia que, de pronto, pone patas arriba a los mercados de valores de medio mundo (ya asustadizos por naturaleza), dando falsas esperanzas de paz a los países en conflicto, o siembra también la inquietud entre pequeñas y medianas empresas y particulares con decisiones como las de incrementar caprichosamente los aranceles para proteger la economía estadounidense.
A la señora von der Leyen corresponde el dudoso honor de cargarse la agricultura y la ganadería europeas en los últimos años a base de directivas , imposiciones y normas irracionales constantes que obligan a los actores del sector primario europeo a cerrar el quiosco y tener que dedicarse a otras cosas ante las exigencias de todo tipo que, sin embargo, no aplican a las importaciones de los mismos productos procedentes de terceros países, mientras que se está obligando a producir en Europa con condiciones draconianas que hacen no rentables sus pequeños o grandes negocios.
Al ínclito Pedro Sánchez, nuestro presidente, campeón de la mentira, el cinismo y del cambio de opiniones , vamos a afearle ahora sólouna más de esas falacias a las que quiere acostumbrarnos: nos proclama a diario como campeones de la economía mundial cuando, en realidad, todo el mundo sufre en cabeza propia el encarecimiento de los artículos del supermercado, de la vivienda , o de mil y un productos y servicios cotidianos que huelga enumerar aquí .
Y ante todos estos males, que parecen acercarnos ya al mismo fin del mundo, a la población no parece ocurrírsele más remedio que el de echarse en brazos de un consumo desaforado que satisfaga de forma inmediata sus más íntimos e inaplazables caprichos. Díganme, si no, qué es eso de encontrarse día tras día, y a cualquier hora, las terrazas y los restaurantes a rebosar (da igual que sean populares, de medio pelo o de autor…), como si de verdad ya no hubiese un mañana. U otras variantes de este mismo furor como son las despedidas de solteros, las llamadas “rebodas”, o ese frenesí que son las preparaciones de uniones de hecho, bodas civiles y casamientos religiosos , que no hay pareja que prepare en plazo inferior al de un año , incluso asabiendas (las estadísticas son así de crueles), de que hay muchas probabilidades de que ese amor tenga fecha de caducidad y de que esta unión no vaya mucho más allá de los 5 o 6 años. Sólo a título de curiosidad , el negocio de las bodas mueve en estos momentos y en España la nada despreciable cifra de más de 4.000 millones de euros.
Si a todo este enjambre de preocupaciones diarias le sumamos también el del omnipresente cambio climático , que está elevando por momentos la temperatura media de mares y tierra, el apocalipsis ya está configurado, así es que más vale que no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, sobre todo, si hablamos de juergas, placeres y caprichos que lo mismo si te despistas un poco ya no vas a llegar a disfrutar.
No sé si lo han pensado pero hace ahora exactamente un siglo la fotografía social del próspero Occidente era aproximadamente la misma que hoy. Después vendrían el crack del 29 (ya saben, bolsas patas arriba, suicidios a gogó, recesión económica insoportable….), y, de postre, una II Guerra Mundial. Ante semejante panorama, desde luego, no conviene para nada alejarse mucho del camino del placer porque las penurias vienen solas, no hay porqué salir a su encuentro.
La volatilidad de la vida, la incertidumbre y la conciencia de que no somos eternos debiera presidir siempre nuestras conciencias pero está visto que nos abandonamos fácilmente al ensueño de la inmortalidad (¡fíjate ssi será idiota la gente que va y se muere…!), y preferimos, simplemente, olvidarnos de realidades tan dramáticas e instalarnos en el sueño de que la felicidad está siempre en nuestras manos. Aunque sólo sea por unos minutos, o por unas horas. Y, por cierto, no sé qué hace aún en casa cuando estas mismas palabras podría estar leyéndolas cómodamente sentado en la mesita de una terraza, a la sombra de un pino , y con un café o una caña esperando a proporcionarle un nuevo y cotidiano placer.