Los países pobres están pagando las irreverencias ambientales de los desarrollados, como víctimas de desastres ambientales sin precedentes, y porque están impedidos de desarrollarse de la manera como lo hicieron los ricos: agrediendo al medioambiente.
Ahora los grandes se reúnen para acordar nuevos protocolos de defensa al medioambiente, y para incluir a India y China. Pero todavía el flamante Protocolo de Kyoto sigue sin aplicarse en su totalidad. Los países que lo firmaron son los mismos que se vigilan y no hay fuerza coactiva para detener sus ansias de riqueza y explosión industrial.
Mientras, aquellos países que no explotaron inmisericordemente sus recursos naturales y protegieron sus extensas zonas boscosas, deberán guardarlas para que el planeta, que siempre fue uno solo, pueda respirar. El poco aire limpio que le toca a un alemán en Bonn, es producto del rescate de carbono que hacen las extensa selvas en Panamá o Brasil.
La explotación petrolífera, maderera, mineral e industrial, ha degradado el medioambiente planetario, con efectos devastadores en la naturaleza y la economía. Pero ha hecho ricos a muchos países, que ahora pretenden frenar –gratis- el desarrollo de los rezagados. El pago que estableció el protocolo de Kyoto, a través del Programa de Rescate de Carbono, es la ridícula suma de 30 dólares por hectárea/año. Pero guardar las selvas tropicales intactas permite que los habitantes de los países industrializados puedan respirar oxígeno renovado todas las noches.
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