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Tormenta perfecta

Tormenta perfecta

jueves 19 de junio de 2008, 16:14h
En Madrid (y en Galicia, tierra natal del caballero) se sigue comentando el valeroso combate que César Antonio Molina -ministro de Cultura- sostuvo el martes con algunos de los diputados nacionalistas presentes en la Comisión de Cultura del Congreso.

    Todo empezó cuando una impertinencia preñó otras. La diputada de Coalición Canaria Ana María Oramas, nueva en la plaza -y por lo mismo muy necesitada de micrófono- pilló un globo porque el ministro dijo que todo lo que preguntaba ya se lo había contando a la Consejera de Cultura de Canarias. Tan considerable fue el rebote que Oramas se levantó y se marchó, no sin antes recordar la canción  del arriero y el camino. "Caminito", dijo ella. Fue la primera bronca, pero no la única.

   Otra diputada misacantana, la nacionalista Montserrat Surroca ( CiU), se estrenó pidiendo la desaparición del Ministerio de Cultura. Explicó que era "un deseo histórico" de su grupo y se quedó tan ancha. Después de años de deferencia, penitencia y, en algunos casos, hasta servidumbre, de los ministros del Gobierno de España a los feudales nacionalistas, lo último que esperaba la diputada recental era que el ministro devolviera la bola. Pero así fue. César Antonio Molina, quizá por su condición de poeta templado en la soledad de la búsqueda de la rima perfecta, respondió. ¡Y con qué brío! Y no sólo a una, sino a todas las impertinencias que venían del otro lado de la red.

   Joan Tardá, diputado de la Esquerra Republicana (a quien preocupa más el "tamazig", -la lengua berebere del Rif- que el  futuro del español en los colegios de Cataluña ), también cargó contra el ministro. Dice que Molina es un peligro para el Estado de las autonomías porque fomenta y financia iniciativas culturales. A Tarda le cabrea que el ministro cumpla. También salió trasquilado: Molina no se calló.

   El telediario debería haber retransmitido este partido en el que un ministro no se dejó torcer el verbo por quienes tan acostumbrados están a ganar el set sin  tener que sudar la camiseta. Dejó escrito Robert Graves que el mundo desaparecerá el día en el que alguien alumbre un poema perfecto. Nada dijo de lo que podía pasar cuando en un Parlamento se registra una tormenta dialéctica perfecta. Confiemos en que en nadie se atreva a pasar factura al poeta-ministro que -a la manera de Rimbaud-, supo poner a cada una de las vocales consonantes en su sitio.
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