Queremos que se encierre a los delincuentes, que se rehabilite a los toxicómanos y que se trate a las basuras,… pero en otra parte. Y, dado que todos pensamos igual, en la práctica equivale a no quererlo.
Lo cierto es que cada día ingresan en nuestras saturadas prisiones 21 nuevos reclusos, hasta superar la cifra de 70.000, el doble que hace 16 años. Y, como nuestra justicia es más lenta que un coche sin ruedas, muchos presos preventivos agotan el plazo máximo de cuatro años de reclusión, gracias a lo cual somos el país de Europa con más internos por número de habitantes. Triste récord.
Antes de que nuestras abarrotadas cárceles salten por los aires como un polvorín, hace años que el Gobierno acordó el establecimiento de 11 nuevos centros que alberguen hasta 18.000 penados más. Pues bien: de momento sólo podrán entrar en funcionamiento tres de los centros, por las dilaciones y las negativas a una ubicación precisa de las prisiones. Menudo plan.
Algo así nos pasa con la basura, que nos desborda. Quince de los más de 120 vertederos urbanos españoles existentes siguen funcionando aunque no quepan en ellos más detritus, ya que cada día producimos 1,4 kilos de desperdicios por habitante. Algunos ayuntamientos, que no saben qué hacer con la basura acumulada, la trasladan a vertederos a más de 300 kilómetros de distancia.
.png)
La solución, claro, no es el depósito indiscriminado de porquería —aún persisten bastantes vertederos ilegales— ni su incineración a cielo abierto, por la insalubridad que genera. De lo que se trata es de discriminar residuos, de su reciclaje y del tratamiento adecuado en modernos centros al efecto. Da igual. En un municipio castellano, su alcalde llegó a vallar los terrenos expropiados por la comunidad autónoma y a encadenarse a las vallas para evitar así la construcción del centro de tratamiento. Ya ven cómo las gastamos.
Lo mismo sucede con la rehabilitación de ciertos toxicómanos, a los cuales no queremos ver ni en pintura. Lo paradójico y lo grotesco es que mientras repudiamos a los yonquis marginales, España es el mayor consumidor de cocaína, de drogas de diseño y de hachís de toda la Unión Europea. El 3 por ciento de los españoles usa regularmente la coca —la droga de ricos—, que es lo mismo que decir que uno de cada cinco consumidores europeos es español. Mayor hipocresía ante las drogas, imposible.
No nos extrañe, pues, que mientras predicamos una cosa y realizamos la contraria, los problemas de orden público, de salubridad y de reinserción social, en vez de amortiguarse, se agraven día a día.