Una de las características más sobresalientes en el discurso de los líderes populistas es el tono alarmista con que analizan los problemas políticos. Para el populismo todo futuro social debe convertirse en una cruzada redentorista que busca santas alianzas con un supuesto pueblo descarriado y profundamente necesitado de bienes materiales a los cuales quiere acceder con carácter gratuito.
Por una parte, constituye una ficción pensar que las adhesiones populares pueden combinarse fácilmente con un programa de gobierno racional, especialmente en lo que se refiere a una serie de reformas económicas. El populismo está unido directamente a la necesidad de incrementar constantemente el gasto fiscal por medio de prestaciones sociales masivas, transmitidas hacia las grandes masas mediante el discurso del derecho a tener más derechos.
Por otra parte, debemos decir que el nacimiento de los partidos y liderazgos populistas está cinglado en una trayectoria donde se construyó una identificación profunda y directa entre el líder y las masas, así como entre la sobreoferta irracional en el programa de gobierno y las reales posibilidades de ofrecer mega-proyectos, una vez que el populismo asume el poder.
El discurso populista se encuentra cargado de símbolos culturales ancestrales y religiosos en los que se expresa un enfrentamiento entre la cultura supuestamente originaria de las mayorías pobres y nacionales, con los políticos occidentalizados de corte urbano y elitistas. Los rasgos populistas son una demostración abierta de rencor hacia la actuación de las élites en todos los campos, desde el científico hasta el económico, pues el pueblo es lo contrario de cualquier circuito elitista, convirtiéndose más bien en el escenario de la verdadera justicia social para “todos los desposeídos”.
Así se van procesando rasgos específicos en boca y manos del líder populista, quien hace creer que su llamado al pueblo marginado y mayoritario no puede ser apropiado por otros partidos aristocráticos como si se tratara de una destreza comercial, pues existe una relación estrecha y de mutuo condicionamiento entre los códigos del discurso grandilocuente populista que prefiere a la plebe, encarnada y alimentada permanentemente con prejuicios culturales de enfrentamiento con los ricos, y un conjunto de “enemigos del pueblo” que estarían ubicados siempre en el lado de la modernización tecnológica, el imperialismo estadounidense y las instituciones que tratan de poner trabas económicas y burocráticas a las peticiones “directas del sentir doliente del pueblo”.
Es por esto que el líder de masas supuestamente no puede reeditado como un calco por ningún partido acusado de ser discriminador, pues el énfasis y la intensidad del discurso populista radican precisamente en los liderazgos que se auto-atribuyen la liberación de los de abajo, por medio de una democracia directa donde impera la lógica del coro, es decir, la rebelión de las masas que deben tener acceso a todo provecho material y económico como condición previa para que funcionen luego las demás instituciones democráticas como el parlamento y el poder judicial. Esta es la voz del pueblo: la voz de las exigencias sin límites y sin control.
El manejo estratégico e instrumental de la simbología cultural milenaria: figuras de corte andino, precolombino y muchos contenidos étnicos del discurso populista, se combinan con la técnica de los medios de comunicación, sobre todo en nuestra época donde destaca una “tele-democracia”. La muerte del principio de libre competencia entre el pluralismo partidario y la hegemonía de un solo partido multitudinario, es buscada premeditadamente por el populismo para el que varias opciones partidarias constituyen un verdadero peligro. El espejismo del populismo trata de rescatar las presuntas identidades colectivas verdaderas de las masas y un tipo de sistema político donde los derechos ciudadanos se van transformando en el disfraz de la conciencia rentista para promover la quiebra del Estado benefactor.
Franco Gamboa Rocabado
Sociólogo político, miembro de Yale World Fellows Program