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Contracrónica: El paseíllo de Aguirre y Gallardón

miércoles 15 de octubre de 2008, 14:57h
Los cada vez más escasos encuentros entre el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, y la presidenta regional, Esperanza Aguirre, se han convertido en carne de estudio sociológico por la respuesta que provocan en los madrileños. La multitud que los contempla se los toma como un mano a mano entre toreros. La última ocasión ha sido este miércoles en el paseíllo (más bien largo) que hicieron ambos por las nuevas instalaciones del mercado de Puerta Bonita, en el distrito de Carabanchel. La gente que les esperaba tenía claras sus preferencias en cuanto al  personaje que jalear.

Llegó Ruiz-Gallardón con su ya característica puntualidad británica a la puerta del complejo y dejó su coche junto a las estatuas de toros que decoran la entrada del coso adjunto al establecimiento comercial. Allí esperaban el presidente de la Cámara de Comercio de Madrid, Salvador Santos; el consejero de Economía y Hacienda de la Comunidad, Antonio Beteta; y el delegado de Economía de la capital, Miguel Ángel Villanueva.

Los vecinos se arremolinaron a su alrededor y le colmaron de saludos y besos. El regidor es poco dado a estos revuelos. Sin embargo, a pesar de todo, sacó su casta en esto de la política de calle, tuvo el día cercano y se las arregló para eclipsar la llegada de Aguirre.

La presidenta llegó por el lado opuesto de la calle. Sólo se le acercó una señora que quería conocerla en persona porque, según decía, "la tengo mucho aprecio".

Fueron sólo unos segundos de intimidad antes de la estampida. El imán de la lideresa con la clase popular no tiene que envidiar al del alcalde. Pronto, Aguirre arrancó al primer edil parte de sus seguidores, sobre todo a los mayores, que la colmaron de alabanzas.

No tenía manos para recibir los cinco o seis ramos de flores que le regalaron. "Guapa", le gritaba una señora. "Pues muchas gracias", respondía una pizpireta Aguirre, experta en este tipo de plazas. De fondo, un espontáneo saltaba al ruedo gritándola salvas a favor de la Sanidad pública, mientras mantenía sujetos a sus dos diminutos perros.

Un público entregado
Uno y otra, otra y uno (tanto monta, monta tanto, Alberto como Esperanza), entraron para darse su particular paseíllo por el mercado de Puerta Bonita. Tenían el triunfo ya en el bolsillo y sólo tenían que pasearlo para que la afición decidiese al vencedor del encuentro.

El liderato del escalafón estaba difícil. Había salvas en favor de ambos. El público estaba entregado a cada uno de sus espadas políticos. Faltaban los pañuelos blancos y sobraban las cámaras de fotos. Quien daba dos besos a Aguirre, ignoraba al alcalde; y el que se daba un apretón con Ruiz-Gallardón, daba la espalda a la presidenta.

Todos pedían cariños y favores ("Alcalde, ayúdeme, estoy en el paro desde 2006", "Presidenta, haga de una vez el hospital de Carabanchel que como alguien se haga una herida se desangra antes de llegar", "Esperanza, no me pagan la pensión") y todos se llevaban la respuesta: "No se preocupe que le ayudaremos". De esta manera, el respetable se volvía a casa con la sonrisa en el bolsillo y el chismorreo para contarle a las vecinas.

Las gafas de Alberto
En los puestos, todo era una fiesta. Los políticos se preocupaban por los precios y se tomaban la mañana con la tranquilidad del que va al súper o a la tienda sólo a mirar y, además, le invitan a algo. En este caso, delicias del mercado. Los comerciantes preparaban guisos de olor estupendo para el picoteo, de los que darían cuenta luego los políticos. 

En su periplo, la presidenta y el alcalde se encontraron con un charcutero de El Bierzo que vendía, bien rehogado con un vino, su jamón como el mejor de España. Otro comerciante comentaba con Aguirre que un familiar suyo cuidaba a los perros que posee la familia de la jefa del Ejecutivo regional y le mostraba fotos de su lustroso aspecto. En una óptica, el alcalde pedía consejos de belleza a Esperanza, que le abroncaba por llevar unas gafas de hace doce años. En resumen, ejercicios de simpatía que les reportaron los trofeos del público, que pedía para ellos dos orejas y rabo.

Y entre sonrisas, entraron en el túnel de la carnicería para ver cómo trabajaban los profesionales. Y las sonrisas se tornaron seriedades, discusiones en baja voz y gesto enérgico (sobre todo, Aguirre). Hablaban sobre el Partido Popular. Volvieron a dar la cara al público general y regrsó el compadreo y las alabanzas.

Ruiz-Gallardón y la presidenta salieron a hombros de un mercado lleno de personas contentas gracias a la nueva obra, el jamón de la comilona posterior y los apretones de manos y promesas que repartieron. Dos figuras políticas que se batieron el cobre en la arena carabanchelera  para ver de cerca los problemas de la gente corriente. Se dieron su baño de multitudes, tuvieron su discusión habitual, y se marcharon con los bolsillos llenos de votos. Vamos, lo de siempre. Es decir, hicieron su faena... Aunque quedaron en tablas.

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