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Crisis y economía de mercado

Crisis y economía de mercado

sábado 18 de octubre de 2008, 23:35h
Poco se percibe que permita alimentar algún optimismo en los tiempos que corren, en el ámbito global desde luego, pero también y más acusadamente en el interno español. La respuesta de los gobiernos a la crisis económica y financiera ofrece crecientes dudas a medida que pasan los días y vemos cómo, más que en una nueva “refundación del capitalismo”, parece que estamos en una turbia operación de salvamento de grandes intereses vinculados a las propias clases políticas dirigentes.

En los Estados Unidos, es decir, en la nación que, desde Reagan, se tenía teóricamente por bastión del liberalismo, un presidente republicano se ha abrazado al intervencionismo estatal, no para superar la crisis, sino para ocultar sus raíces y posponer sus consecuencias. Con toda evidencia, Bush no es Reagan, como ya sabíamos desde la guerra de Irak que Bush no era Eisenhower. Le falta la fiabilidad personal, que era el gran activo lo mismo de aquel general profundamente demócrata que venció al nazismo, que de aquel actor enamorado de todas las libertades y que venció al comunismo.

Quizá por ello sea ahora, cuando un raro neokeynesianismo parece haberse adueñado de quienes, por otra parte, no eran realmente liberales, sino neoconservadores, que sea nuevamente necesario afirmar, sin rodeos, que cuanto menos pesa el Estado sobre la economía, ésta se comporta con más eficacia. Tal fue, de alguna manera, la poderosa intuición que tuvo Margaret Thatcher y que trasformó en doctrina política y consiguió trasmitir a los británicos.

Se trataba de un liberalismo “al servicio de la gente”, que devolvió a los británicos de las clases populares una verdadera capacidad de elección allí donde el Estado y sus funcionarios se habían atribuido la autoridad de elegir por ellos. Para ello fueron precisas las privatizaciones, la supresión de los monopolios, la desregulación, la vuelta a la competencia. Al liberar los mercados, Thatcher devolvió la palabra a la gente. La actitud liberal consiste en dejar que la sociedad funcione naturalmente y aportar una ayuda directa a los que realmente la necesitan.

Contra el dogma, la realidad. Las mejores etapas de prosperidad son las que se construyeron sobre las reglas del mercado libre, esto es, sobre la libertad política y el liberalismo económico. No sólo el mapa del mundo desarrollado, sino también el mapa del mundo libre, es la geografía del mercado. De igual manera que el mapa de la corrupción y la decadencia es la geografía de la exaltación del Estado. Mientras los neokeynesianos defienden la tutela pretendidamente científica por la mano visible del Estado, si se mira honestamente alrededor, incluso en un tiempo tan límite de dificultades como el que atravesamos, se verá todo lo contrario. Se verá el éxito de la mano invisible del mercado, de la que depende que cada país y cada persona tengan las oportunidades de elegir y prosperar. 

Repárense los graves agujeros de la crisis financiera, sin duda, pero no vendrá de ahí la salida del pozo de la crisis, sino de que haya coraje para aplicar soluciones antagónicas con el afán invasor del Estado. Si las libertades de mercado son componentes inseparables de las libertades básicas de la persona, es fácil entender el estancamiento que genera el intervencionismo. No puede desprenderse de sus prejuicios contra el riesgo y la competencia, contra la libertad empresarial en definitiva. Y es algo contrastado en la realidad que no se contribuye a hacer país cuando no se favorece hacer empresas. Por eso es tan importante el papel del empresariado en un orden económico libre.

Cierto que el empresario es responsable de su empresa, y no es poco, pero también es el más afectado por los errores de la política económica y el más beneficiado por sus aciertos. Por eso el empresario debe ser vigilante de que el Estado se atenga, en el orden económico, a lo que debe, esto es, a velar por la libre competencia y por la libertad de los empresarios. Mantiene toda su vigencia la rotunda afirmación de Ludwig Erhard, el gran reconstructor de Alemania: “No existe un mercado libre al margen de una sociedad libre. No existe ningún ordenamiento económico orientado a la convivencia pacífica entre los pueblos fuera de la economía de mercado”.  
     
     
  
   
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