Celebrar que España esté en Washington

Atiendo con agrado el llamamiento que el vicesecretario general del  PSOE, José Blanco, realizó hace unos días a políticos y medios de  comunicación, entre otros,  para que celebren el éxito de España por estar presente en la Cumbre de Washington. Allí estarán representadas las potencias más ricas económicamente y los países que más pesan y mandan en el mundo. Es de esperar que digan algo sobre la crisis internacional, pero no que reconozcan que ellos mismos algo tendrán que ver con este desastre líquido que salpica a todos los países del mundo desarrollado y ahoga un poco más a los habitantes de los lugares del planeta que se conocen como subdesarrollados.

El presidente del Gobierno central, José Luis Rodríguez Zapatero, se codeará con la flor y nata de la política mundial, hablará con su antiguo enemigo George W. Bush, al que, tras ser despedido por los americanos para colocar democráticamente a Barak Obama, se le ha  reblandecido el corazón y ha consentido que España esté entre ellos, los más poderosos. Si le dejan, ofrecerá sus soluciones socialdemócratas a los males de la economía mundial, aquejada de una gripe que provoca estornudos a los ciudadanos ricos del planeta. Blanco no nos exige que pongamos en los balcones de nuestras casas pancartas con su foto abrazando a Zapatero, sólo que seamos generosos y patriotas a la hora de celebrar el viaje a la gran cita de la capital de los Estados Unidos de América.

Lo de Washington, claro que hay que celebrarlo, pero cada uno a su manera, porque no se espera que de esa cumbre salga más que una foto del presidente del Gobierno de España con los jefes de países que algo tendrán que ver con la burbuja inmobiliaria, las inversiones especulativas, las quiebras de entidades bancarias que caen después de forrarse a ganar dinero a espuertas  durante demasiado tiempo y de meter la mano en las carteras de sus impositores para cobrarles por todo, con el mal reparto de la riqueza mundial, con el injusto trato que se da a las naciones a las que primero incluyen  en su  listín de teléfonos de compradores de armas mortíferas y luego más tarde envían cooperantes para que ejecuten  sus programa de ayuda al desarrollo. Seguro que también se pondrán de acuerdo en algo y que intentarán impulsar  acciones conjuntas para que la confianza regrese al sistema financiero.

Nadie espera que de la reunión de Washington lleguen  soluciones concretas, certeras y rápidas a los problemas de los españoles, quienes  con toda probabilidad se sentirán contentos con la presencia de España en la Cumbre de las Cumbres, de la misma forma que se alegran de la participación de la selección española de tenis en la final de la Copa Davis y  de los éxitos de los deportistas españoles en la Olimpiada de Pekín. Zapatero podrá apuntarse el tanto de meter a España en la Liga Mundial de los Países Ricos, pero eso sólo le servirá para sus  campañas electorales y sus peleas con el PP.

El orgullo de verdad sería celebrar que los que se han enriquecido con el ladrillo y los negocios especulativos y los que han colaborado con ellos para dejar la economía mundial en la actual caótica situación,  paguen por lo hecho, y no los de siempre. El paro crece sin parar, los salarios avanzan mucho menos y las hipotecas se convierten en la ruina de muchas familias cuyos miembros se quedan sin  trabajo, sin ingresos y sin casa. Pedir a estas personas que descorchen la mejor botella de cava catalán que tengan a mano por la llegada de Zapatero a Washington es una majadería que sólo se le puede ocurrir al que no distingue entre España y los españoles, la marca y los marcados. No cabe duda de que los ciudadanos que viven en España están mejor que hace decenas de años, pero bastante peor que los patriotas que se lo llaman a sí mismos. Alegría sí, pero no para correrse de gusto, como pretende el bueno de Blanco, quien debería saber que si el G-8 es estupendo y el G-20, insuperable, al clímax se llega sólo a través del Punto G.