Vera, Mayorga y Orella, grandes responsables de una obra que hay que ver
'Un enemigo del pueblo' o la inquietante actualidad del magnífico Ibsen del CDN
lunes 26 de febrero de 2007, 19:22h
Políticos desprestigiados. Corrupción. Mentira. Desvergüenza informativa. Opinión pública vulgar y manipulada. ¿Hablamos del presente? Sí, pero también del pasado, de uno tan lejano como siglo y cuarto atrás, cuando Henrik Ibsen estrenó en su Noruega natal su extraordinaria obra ‘Un enemigo del pueblo’. Todo un clásico desde entonces del teatro mundial, desgraciadamente de una cada día mayor inquietante actualidad. Y con la que el Centro Dramático Nacional, de la mano de Juan Mayorga, autor de la versión que durante varias semanas todavía se podrá disfrutar, y Gerardo Vera, director de la misma, ha acertado de pleno. Tanto que es muy posible que sean muchos los años en que se recuerde esta representación que globalmente raya en lo perfecto.
El talento y creatividad de ambos, junto al resto del equipo responsable de este ‘enemigo’, permite un ‘aggiornamiento’ del texto logrado en pleno paralelismo a la filosofía y al espíritu iconoclasta y de crítica social, personal y sicológica. Como también lo posibilita el añadido de una pantalla cinematográfica de fondo en algunas escenas que –rara avis- no resta un ápice de atención, sino que suma y refuerza.
Con estas formas sobre el inigualable fondo de un argumento que muestra la lucha de personajes tan poliédricos como Thomas Stockmann –el médico denunciador del veneno de las aguas del balneario que dirige en su ciudad- y su hermano Peter –el alcalde preocupado de taparle la boca para seguir mandando, inasequible al desaliento y a la tragedia que se avecina si no se pone remedio-, la conjunción funciona a tope.
La corrupción de los partidos políticos y sus mandatarios, la hipocresía generalizada, las apariencias de las relaciones sociales, el dominio de la mayoría desinformada o con poco interés por informarse sobre la minoría –el doctor, su familia y su único amigo, el capitán Horster- preparada y crítica, la falaz mentira y manipulación de los medios de comunicación, la falsedad de los movimientos ciudadanos independientes…todo ello es la grandiosa arquitectura sobre la que se desarrolla la complejidad de la obra. Una complejidad que fácilmente podía llevar al fracaso de la representación de no realizarse cuidando al máximo las exigencias que conlleva.
Y ahí está, por encima de todo, el magnífico elenco actoral que desborda como denominador común tanta pasión como profesionalidad. Un grupo de actores no populares para el gran público (la mayoría desinformada o con poco interés) –ni falta que les hace, que para eso ya están las casi siempre horrorosas teleseries y sus tantas veces tan famosos como vulgares actores- pero sí para la minoría preparada y crítica de espectadores amantes del teatro.
Geniales Orella, Benavent, Vidarte...
En él cabe destacar a un genial Francesc Orella, magnífico como el doctor Stockmann, al que le da la réplica adecuada y no menos genial Enric Benavent, como su hermano el edil corrupto. Pero sería injusto olvidar a un inigualable Walter Vidarte, como Kul, el suegro del médico; a un medido y comedido Israel Elejalde, dando vida al influenciable periodista Hovstad, y al resto del reparto también rayando la perfección.
Claro que el enorme nivel general cuenta con otras muchas ayudas; tantas, que no nos cabrían en esta crónica: la escenografía ‘bergmaniana’ del propio Vera; la tenua, insinuante y simbólica iluminación de Juan Gómez; el movimiento escénico de Mar Navarro; la caracterización de Romana González; la música de Luis Delgado, el responsable de la película que se proyecta, Álvaro Luna...
En definitiva, una representación que logra lo que suponemos pretendió Ibsen y respaldan Mayorga y Vera: sacudir al público, darle un puñetazo en el estómago, una patada en las entrañas, una enorme ración política y teatralmente incorrecta en estos tiempos mediocres en los que desgraciadamente ya no hay gente como el doctor Stockmann.
Pero aunque no los haya, al menos obras de esta catadura conmueven y no dejan a nadie indiferente. Como demuestran la variedad de diversos, pero apasionados, comentarios con que el público salía del recinto y que este crítico –que invita a que quien no la haya visto aproveche para hacerlo- pudo comprobar. ¡Enhorabuena al CDN!. Ya que las salas comerciales apuestan por lo mayoritariamente facilongo, al menos el teatro público debe hacerlo y aquí lo hace por lo minoritario y preparado.