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Flores de luna

Flores de luna

lunes 15 de diciembre de 2008, 16:23h
A los 50 años del nacimiento del Pozo del Tío Raimundo, una barriada legendaria en el entorno madrileño de Vallecas, se estrena un  documental titulado Flores de Luna, el tercero del cineasta español Juan Vicente Córdoba. En plena polémica acerca de si la memoria histórica atizada por el juez Baltasar Garzón era o no oportuna en nuestro país, la simple visión de este documental, tan espléndido como patético, demuestra que sí, que hay que dar la razón a aquellos que defienden la Memoria Histórica y quitársela de plano a los que la impugnan. La historia del Pozo del Tío Raimundo es, como dice uno de los testigos que aparece en el documental, “la de un microclima del clima nacional”. Los 50 años del Pozo son una parábola magnífica de los casi 70 años de la historia de la posguerra en España.

Las grandes-pequeñas historias que, al hilo del nacimiento y desarrollo de esta legendaria barriada, van narrando los vecinos protagonistas, ponen en evidencia el tremendo y doloroso proceso de transformación de nuestro país, no solo desde finales de la década de los 50, que es cuando los inmigrantes andaluces y extremeños van llegando a esta tierra sin pan, llena de barro, miedo y miseria, sino desde el primer día aquel en el que un célebre locutor del régimen anunció por radio: “La guerra ha terminado”. La del Pozo del Tío Raimundo es una historia llena de paradojas, la más grande de todas la de un cura jesuita que, habiendo sido confesor y predicador particular del Caudillo, y un agitador contra las desnudeces de los carteles cinematográficos donde aparecía ligera de ropa Rita Hayword, pasó de llevar el Cara al sol a la Internacional a los vecinos de este emblemático barrio en el cual se convirtió, aunque muy a su pesar, en un mito: el Padre Llanos.

    Las chabolas de barro y hojalata iban naciendo noche tras noche en el Pozo como flores de luna en aquellos terribles años 50. Y en los 60 y 70, de la mano del cura rojo, al que se le unirían más tarde otros (como Díez Alegría), sustituyendo primero la hojalata y el barro por el ladrillo, y levantando más tarde, contra la feroz voluntad de alcaldes y prebostes del Régimen de Franco, casas, escuelas y talleres, un ejército de inmigrantes campesinos, muchos de ellos analfabetos, que dejaron el pueblo y el campo “por la capital”, constituirían de forma impresionante las primeras Asociaciones de Vecinos que enarbolaron, todavía en vida del dictador, la lucha por la libertad y la transformación de una sociedad pobre y oprimida en otra más justa y solidaria.

    Aquellos primeros años de frío, hambre, barro y miedo están recogidos en Flores de Luna  de manera asombrosa, con testimonios de sus numerosos protagonistas y análisis de catedráticos, políticos e intelectuales que tuvieron algún papel colaborador con el cura Llanos. Sabían que “cambiar el mundo era posible”, aunque reconocen hoy que no todo es como soñaron, y algunos hasta echan en falta la lucha solidaria de aquellos años de tristezas y esperanzas. Conviene por ello resucitar su “memoria histórica”, que es la de unos hombres y mujeres –inmigrantes del propio país- que lucharon por su dignidad y subsistencia contra el poder establecido que quiso borrarles del mapa.
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