Cada año, por estos días, solemos hacer un balance de lo que hemos vivido durante el año que culmina.
Lo personal termina mezclado con aquello que tiene que ver con nuestro ser social, con el ciudadano, con el amigo, con el hijo, el padre o el hermano, con nuestro hacer y nuestro pensar.
Muchas veces, ante los conflictos personales, nos preguntamos ¿por qué a mí?. ¿Por qué a nosotros?...
Las respuestas son dispares, parecen andar por caminos distintos pero si sabemos ver descubriremos que una misma razón se repite siempre: no me escucharon…, no escuché…, no pudimos hablar… , en definitiva la única razón fue la incomunicación.
En toda relación humana el saber escuchar al otro, aún en sus momentos de silencio, facilita el acercamiento que sólo es posible desde el conocernos y reconocernos. Aceptarnos imperfectos, capaces de equivocarnos y de perdonar los errores de los otros, es una actitud indispensable para quienes pretenden trabajar de manera conjunta y vivir en una comunidad.
Como país, este año hemos tenido serias dificultades para poder encontrar caminos de acuerdos para los desacuerdos, de soluciones ante los conflictos, de respuestas a las necesidades, aún siendo estas urgentes.
Las palabras abundaron cada vez que un conflicto o un reclamo se hacían oír, pero paradójicamente, sólo podían ser escuchadas por aquellos que las pronunciaban, emisores y receptores se fundían en una sola parte: la del emisor, unos hablaban, otros también, de escucharse: NADA.
Con mayor o menor responsabilidad, las actitudes personales de los protagonistas de cada contienda lograron que las soluciones nunca llegaran a concretarse, el conflicto parecía llegar a su fin pero en realidad se aletargaba para despertar con fuerzas renovadas, vaya uno a saber cuándo y cómo, pero de lograr acuerdos: NADA. Pareciera que el interés supremo de cada uno de los protagonistas era no sentirse humillado o vencido.
Discursos, arengas, manifestaciones, todo fue válido para medir fuerzas, pero de sentarse a hablar seriamente de los problemas: NADA.
El poder es un espacio que muchas veces aísla a quienes lo ejercen, suelen decir para hacer referencia a la profunda soledad que sentimos cada vez que debemos tomar una determinación importante. Es este un momento, un instante, un tiempo donde de manera solitaria y con convicciones profundas y personales decidimos, luego vendrá el encuentro y el enfrentarnos con el otro para dar cuenta de aquello que hemos resuelto, si lo hacemos con una actitud abierta al diálogo que nos permita arribar a un lugar común, atrás quedarán los palos que nunca detuvieron a la rueda y seguiremos andando fortalecidos. En un momento u otro de nada nos sirve rodearnos de lacayos u obsecuentes que, alimentando nuestro ego, sólo lograrán distanciarnos con aquel con quien queremos acordar. En ese momento con nuestra conciencia sólo debe bastarnos.
Quien no puede escuchar no puede realizar un diagnóstico sobre una situación que requiere soluciones, sin un buen diagnóstico no se logrará un tratamiento adecuado y el problema persistirá eternamente.
Cada vez que mis alumnos discuten sin escucharse, les digo que se miren al espejo para descubrir que si Dios nos dio dos orejas y una boca es para que podamos escuchar más de lo que decimos. En el mundo de los adultos pereciera, muchas veces que, que nadie se mira al espejo.
Un cambio verdadero y profundo compromete a todo nuestro ser y requiere de actitudes claras y concretas, no alcanza con ser un buen orador, ni recurrir a lluvias de anuncios que muchas veces no se concretan.
Un cambio, un verdadero cambio debe comprendernos a todos por igual y sentir que quien piensa distinto no es nuestro enemigo, muchas veces en él está la oportunidad de ver nuestros errores y corregirlos.
Un año más quedó atrás y si nos conformamos sólo con buenos deseos nada podrá cambiarse.